X
tribuna >

Una plaza para Carmelo García del Castillo – Por Jaime Mir

   

Soy más bien a la antigua, así que no soy de mucho llorar. Sólo para cosas importantes. Cuando me acuerdo de mi padre o cuando Víctor Lazlo se arranca a cantar La Marsellesa en Casablanca. Y por eso ayer lloré a mi amigo Carmelo García del Castillo en la inauguración de la bonita plaza que lleva ya su nombre en Santa Cruz. También soy de memoria frágil, pero recuerdo como si fuera hoy una tórrida tarde de verano en una cabaña de madera en la Sierra de Alcaraz, donde nace el río Mundo. Recibí una llamada de teléfono en la que me comunicaron la muerte de Carmelo y al colgar, lloré. Los amigos que me rodeaban no entendían el desconsuelo, pero es que no conocieron a Carmelo.

El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife concedió este homenaje a un sencillo vecino que no ganó batallas, ni pintó cuadros o escribió libros, no ostentó poder político o económico, ni realizó gestas deportivas, su foto no aparecía a diario en los medios ni era famoso. Sin embargo, cientos de vecinos instaron a sus políticos para que se reconociera públicamente a Carmelo García del Castillo. Ellos pensaban que sí que ganó batallas, escribió líneas, realizó gestas, ejerció influencia y estuvo diariamente presente en el corazón de muchas personas normales y sencillas como él.

Carmelo fue un hombre bueno y los que nos dimos cita este jueves 5 en su plaza le admirábamos por eso. Cuando todos andábamos consumiendo la vida, él vivía. Donde la gente veía cosas, Carmelo veía personas. Fue desprendido sin medida, como lo es la gente buena.

Sin buscarlo, lideró muchos proyectos. Al fin y al cabo, liderar no es más que ayudar a los demás a llegar a donde no pueden, o aún no saben que quieren, ir. Y Carmelo siempre entendió la vida como ayuda y servicio a los demás. Entre otras cosas, creó con mucho trabajo el Grupo de Voluntarios de Protección Civil de Santa Cruz de Tenerife.

Cuando todos habíamos perdido la fe en los mundos que de jóvenes íbamos a salvar y ya sólo luchábamos a golpe de tecla en el mando de la televisión, él seguía aportando su palada de arena para mejorar la realidad que le rodeaba. Nunca quiso cambiar su chaqueta y permanecía fiel al falangismo auténtico de pan y justicia para todos que mamó en su juventud. Siempre en positivo. Quiso vivir un mundo sin enemigos, sólo adversarios a los que intentar convencer y con los que cooperar.

Se divirtió. No desaprovechó una ocasión de hacerlo. Se divirtió mucho, sin hacer daño. Escuchar en el acto de inauguración las palabras agradecidas de su hijo Luis y compartir un ratito con su familia y amigos, gente tan llana, tan de bien… me reafirmó en el inmenso valor de los modelos y de la educación. En la necesidad que tenemos de esas personas que, sencillamente, dan sombra.

Fui camarada y amigo de Carmelo García del Castillo, pero no escribo esto por gratitud a él, que debería. Lo hago egoístamente por mí, por mis hijos, por todos nosotros. Porque es importante recordar que en este inmenso y estúpido plató de televisión que es la vida moderna existen personas reales, buenas y auténticas que consiguen, con su luz, hacernos un poquito mejores a los demás. Y que sin ellos estamos perdidos. Recordarles es tenerles todavía con nosotros y disponer de un lucero que oriente nuestro camino entre tanto neón.

En Santa Cruz ya hay una merecida plaza para Carmelo García del Castillo.