1. La Orotava es lugar de visillos semiabiertos y de balcones mal cerrados. Antañazo tenía allí consulta abierta el fallecido don Manuel Zárate, reconocido sacamuelas, pero reconocido por sus tirones terribles para arrancarles a sus temerosos clientes las piezas dentales dañadas o quién sabe. Don Santiago Zárate, su pariente, que iba al bar Dinámico, del Puerto de la Cruz, a poner verde a la gente de la Villa con el escritor don Luis Castañeda, le escribió unos ripios: “Si estrellas quieres ver/vete a sacarte una muela/a casa de don Manuel”. Cada vez que hablo con mi amigo Juan del Castillo, ya repuesto de su enclaustramiento, me enriquece con anécdotas de próceres villeros. Y la verdad es que disfruto.
2. Mi abuelo, a la salida de misa de 11, cuando quería que sus coetáneos no le dieran la lata, en vez de saludar con un “¡hola!” o un “¿cómo está usted?”, iba directamente al adiós. “Adiós, fulano”, y salía a escape a tomarse un whisky en casa de su hija, en La Vizcaína. Yo lo llevaba en el coche y, todavía neófito en temas del volante -obtuve el carné a los 18 años y dos días-, me hacía circular por las cuestas más empinadas, a ver si dominaba mi Simca 1.000. Una vez, el chófer de mi abuelo, que manejaba el Hispano Suiza de don Jacobo Ahlers, atropelló a un cojo; era de noche y los dos -mi abuelo y Cucho- se bajaron del vehículo a comprobar qué había pasado. Al verlo sin una pierna lo llevaron de urgencia al doctor Ingram, que, ante el susto de ambos les dijo: “No se preocupen, ustedes no le han cortado la pierna, se la corté yo en un accidente anterior”.
3. Al médico Ingram le llevaron una vez una enferma para que la examinara del pecho. El médico le preguntó, en su español chapurriado: “¿Usted esputa?”. A lo que la comprendedora que la acompañaba, en un alarde de sinceridad, le hizo una confidencia al buen galeno: “No, doctor, antes era puta; ahora es alcahueta”. Ya digo, las cosas de los pueblos.
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