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por qué no me callo >

Los Sabande̱os РPor Carmelo Rivero

   

En un millar de canciones caben dos milenios de un pueblo, la idiosincrasia y el bien inmaterial de la identidad. En el caso de Los Sabandeños, medio siglo no es nada, a modo de tango, pues han trascendido de parranda a institución, y su cornucopia musical no se agota en el tiempo, adquiere forma de cauce, de intemporalidad, es la rosa de los vientos con los rumbos marcados en todas las direcciones. Es América y España una misma canción. Esa es la hazaña de este grupo, que abrió las compuertas musicales entre dos continentes y un día introdujo el contrabajo. Ese fue el molde. Suya es una manera de cantar, concebida por Quique Martín y Elfidio Alonso. Y a su mirada desinhibida debemos el rescate de un folclore desdeñado como el bagazo de la cultura oficial. De ese  modo resurgieron el baile del canario o los aires de Lima, que asombraron  a Alonso y Julio Fajardo. Las crisis sabandeñas, narradas y desangradas en libros y periódicos, dejaban exhausto al grupo, pero la suma de esos desencuentros y vendajes le dio fama de especie a proteger, a riesgo de extinción. Hoy el grupo es un endemismo, como el drago, en la botánica de nuestro inconsciente colectivo, con su pica museística en su flandes lagunero. Y sigue siendo una fábrica de discos innovadores en medio de una quiebra de inspiración nacional en la canción. No creo en un elixir sabandeño de juventud, si en su pan metron (la medida justa), en su capacidad de reinventarse atrayendo ‘benitocabreras’ , folclorólogos al estilo de  Agapito Marazuela y Elfidio Alonso, dos elefantes con alas de mariposa sobrevolando los aires musicales en un vasto territorio de musas. Alonso, el papa de Los Sabandeños, está tardando en mandarle al papa Francisco un estuche che de los discos y dioses de su repertorio, con el poeta Hamlet Lima Quintana recitado por Valdano (te cuento como vivo en Tenerife), el místico Falú y el  mítico Yupanqui. En Cosquín casaban cuecas y zambas con isas, en el 86. Yo estaba junto a un medroso Facundo Cabral mientras Los Sabandeños cantaban bajo una ola de pañuelos, bendecidos por Julio Marvin, en la catedral de la canción de Córdoba (Argentina). España no conoce otro caso sabandeño, ni en América Latina hay grupos con tanto canto tanto tiempo. En Cataluña tuvieron a Els Setze Jutges y la nova cançó; Aragón a Labordeta; los extremeños a Pablo Guerrero (Cántaros), o los valencianos a Raimon (Al vent). Y Canarias tiene a Taburiente (de gira), Caco Senante (con 40 musicales años), Pedro Guerra, Rosana, Andrés Molina, Botanz… y Los Sabandeños, profetas en su tierra y decanos de la música popular hispanohablante. Una cima de la canción en español. No les darán el Príncipe (o Princesa) de Asturias y será una más. Tampoco le dieron el Nobel a Galdós.