Cinco siglos median entre su nacimiento en Alba de Tormes y el flujo continuo de visitantes hasta los lugares donde se cimentó su biografía e, incluso, a la basílica de su nombre e inacabada por la crisis económica, y los actos religiosos y culturales en torno a la efeméride. La Biblioteca Nacional de España acoge una muestra que reunió obras de grandes maestros cedidos por los museos del Prado y Thyssen, e instituciones nacionales y europeas, manuscritos de la santa abulense y de literatos coetáneos, y recuerdos vinculados a la vida y la obra de la mística, cedidos por veinte conventos carmelitas, cuya orden reformó con inteligencia y “cabezonería”. El capítulo plástico juntó a Albert Bouts (con un Ecce Homo donado por ella a un cenobio femenino de Toledo), con los alemanes Alberto Durero y Pedro Pablo Rubens (con la suntuosa Visión del Espíritu Santo, del Boijmans Van Beuningen, de Rotterdam); los españoles Francisco de Zurbarán, José Ribera, Alonso Cano (con la famosa Aparición de Jesús Crucificado) y García de Miranda; y Andrea Baccaro, Sebastiano Ricci, Giuseppe Bazzani y Francesco Fontebasso, entre los italianos que, desde la beatificación (1614, por Paulo V) y la canonización (1622, por Gregorio XV) trataron los asuntos temporales y místicos de la singular Teresa de Cepeda y Ahumada (1515-1582), tan revolucionaria en el ámbito religioso como en el literario. En la faceta documental destacan originales y primeras ediciones de la mística y de dos hombres cercanos a sus inquietudes y afectos: Luis de León, catedrático de Salamanca, admirador sincero y primer editor de sus obras, y Juan de la Cruz, alma gemela y excelso poeta. Aunque dos subieron a los altares, los tres tuvieron problemas con el Santo Oficio de la Inquisición; los frailes fueron encausados y condenados y a la inquieta carmelita se la investigó por sospechas familiares ( un padre mercader y un abuelo judío) y retrasó, durante doce años, la edición de su autobiografía ,“El libro de la vida”. Especial interés ofrecen sus cartas (y la arquilla de plata donde las guardaba) y sus modestos objetos personales que, al igual que las reliquias, se disputaron iglesias y monasterios. Alguna, como su brazo incorrupto, tuvo incidencias famosas. Recordamos que, entre 1939, al finalizar la Guerra Civil, y hasta su muerte en 1975, permaneció en el dormitorio de Francisco Franco pese a que cada año, y con la tenacidad que les inspiró en sus Reglas la enérgica fundadora, las monjitas de Ronda escribieron dos cartas (setenta y dos en total) al general para solicitar respetuosamente su devolución.