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La Universidad busca nuevo rector

   

SARAY ENCINOSO | La Laguna

Eduardo Doménech está a punto de decir adiós a ocho años como rector de la Universidad de La Laguna y por primera vez desde 2003 más de dos personas se disputarán el cargo. Tres catedráticos se han postulado como candidatos a sucederle: Olga María Alegre, Juan Capafons y Antonio Martinón. Los dos primeros pertenecen a Renovación Convergente, el mismo grupo claustral que el todavía rector, Eduardo Doménech; el segundo ha compaginado su vida universitaria con la política. Los tres tienen algo en común: quieren una Universidad distinta a la que existe, pero, eso sí, cada uno a su manera. A pesar de los orígenes compartidos de Alegre y Capafons, y de la cercanía con el rector, su grupo no fue capaz de optar por un único candidato. Se planteó la opción de celebrar elecciones primarias, pero no hubo acuerdo. Ambos valoran la gestión de Doménech, pero reivindican otra manera de entender la Universidad y de luchar por ella. Comprenden las dificultades que entraña el puesto, aunque, como todos los catedráticos que dan el paso de intentar ser rector, tienen una amplia lista de objetivos. Capafons es un hombre de diálogo. Repite siempre la palabra consenso y habla de la necesidad de establecer puentes, de no tomar decisiones unilaterales, pero también de la urgencia de poner en valor todo el capital humano de la Universidad. Esa idea es compartida por Alegre, una profesora “enamorada” de la ULL, la institución en la que ha pasado gran parte de su vida.

El tercero en discordia es Antonio Martinón, un hombre más conocido en la esfera pública porque además de profesor de instituto y de universidad ha sido gobernador civil (sustituyó a Paco Afonso cuando murió) y diputado, entre otros cargos. No esconde su militancia socialista, aunque insiste en que ahora está alejado de la política y que siempre ha sabido compaginar su labor docente e investigadora con su otra faceta. Es el más crítico de los tres con el estado de la institución y no deja de repetir que la comunidad universitaria tiene que volver a ilusionarse. Las elecciones a rector se celebrarán el 29 de abril, pero lo más probable -si nadie obtiene más del 50% de los votos, algo difícil al tratarse de tres candidatos- es que se celebre una segunda vuelta. El cargo de rector o rectora constituye el principal órgano de gobierno y representación, que es renovado cada cuatro años.

El sistema de elección es directo, por sufragio universal, libre y secreto. El voto es ponderado, de acuerdo con los siguientes porcentajes: profesorado doctor con vinculación permanente, 51%; profesorado no doctor y profesorado sin vinculación permanente, 9%; alumnado y personal investigador en formación, 30%; y personal de administración y servicios, 10%. Un rector puede estar en el cargo un máximo de ocho años, es decir, dos mandatos.

Olga Alegre, una decana muy reivindicativa

Olga Mar’a Alegre. / SERGIO MÉNDEZ

Olga Mar’a Alegre. / SERGIO MÉNDEZ

Nació en Güímar, estudió en la Universidad de La Laguna, donde desarrolló toda su carrera docente e investigadora, y quiere ser la segunda mujer que accede al Rectorado de la institución académica. A sus 53 años, la actual decana de la Facultad de Educación entiende la dificultad de las mujeres para llegar a cargos de responsabilidad como una motivación añadida a su decisión de concurrir a las elecciones. Tomó la determinación de batallar por el puesto hace unos meses, después de que algunos compañeros y alumnos la animaran. Confiesa que lo hace “por amor a la Universidad, aunque suene cursi”. Optar al cargo es la culminación de un camino que se empezó a fraguar cuando se matriculó en Psicología. Entonces no soñaba con competir por llevar las riendas de la ULL, quizás tampoco con hacer su tesis en Didáctica de la Educación y con convertirse en catedrática, pero poco a poco fue sumando logros a su vida académica, también en el campo de la gestión.

Lleva años al frente de la antigua escuela de Magisterio, un centro con importantes carencias de espacio, pero que ha experimentado un cambio considerable. “Creo que cuando llegué la Facultad llevaba sin pintarse desde que yo estudié en ella”, apunta. Queda mucho camino por hacer, pero los pasos que ha ido dando desde su despacho de la antigua torre de Químicas, en la avenida de la Trinidad, la han hecho pensar que podría aportar mucho más al conjunto de la institución. Su estancia en el Decanato ha hecho, además, que sea una persona muy visible: la Facultad lleva años reclamando un espacio unitario y digno. Las promesas incumplidas -primero, construir un edificio nuevo en el solar del antiguo cuartel del Cristo; luego, edificar un centro en terrenos del campus de Guajara; y, por último, utilizar las instalaciones del colegio Aneja, anexo al centro- han obligado a Olga Alegre a salir a la calle con sus alumnos para reivindicar “una Facultad en condiciones”. Las últimas protestas fueron hace unos meses por las calles de la ciudad patrimonio de la Humanidad.

Si logra la mayoría en las elecciones promete seguir alzando la voz para que todas las infraestructuras de la ULL estén a la altura de la docencia que se imparte dentro de ellas. Espera que su reivindicación, que la ha llevado a reunirse en varias ocasiones con representantes de la Consejería y del Ayuntamiento de La Laguna, tenga un efecto positivo en su candidatura. “Seré una rectora capaz de ponerse a la cabeza de una manifestación. No me arrugo: lucho por mi Universidad”. Pero la batalla que librará no será solo en el campo de las infraestructuras. Una de las prioridades es presionar para que se puedan abrir más plazas y que los egresados universitarios puedan investigar. Para lograr financiación más estable, la decana aboga por establecer alianzas con las empresas para obtener recursos privados y retomar la lucha por una Ley de Financiación Universitaria.

Impulsar nuevas vías de diálogo con los alumnos, reducir la burocratización a la que se enfrenta el profesorado, establecer medidas para la conciliación de la vida familiar y laboral y abrir un portal de transparencia donde se detallen los gastos e ingresos de la institución terminan de perfilar un programa en el que la internacionalización y la comunicación serán pilares fundamentales.

Juan Capafons, el buscador de consensos

Juan Capafons. / S.M.

Juan Capafons. / S.M.

“Hay que ventilar, tiene que entrar aire”. Todavía no se han presentado oficialmente las candidaturas, pero las palabras que elige Juan Capafons (Valencia, 1959) para explicar por qué es uno de los candidatos al Rectorado de la Universidad dan pistas de por dónde puede ir su apuesta. No es la primera vez que la idea de presentarse ronda por su cabeza. En 2011, cuando Eduardo Doménech revalidó su cargo, también barajó la posibilidad de postularse como candidato, pero no fue hasta hace unos meses cuando consideró que había llegado el momento, “por responsabilidad”, de exponerse y dar todo lo mejor por la Universidad, explica. “He dado el paso por una cuestión de compromiso con la institución y con los tiempos que estamos viviendo. No ha sido una decisión repentina”. Fue decano de la antigua Facultad de Psicología y durante 20 años, de forma ininterrumpida, miembro del Claustro Universitario, donde fue portavoz del grupo Renovación Convergente desde su origen (2004) hasta hace unos meses, y del Consejo de Gobierno. Su experiencia en la gestión del centro está avalada por su carrera. Sin embargo, prefiere no hablar del pasado, no analizar la gestión del equipo que dirige la Universidad en estos momentos, ni siquiera la del consejero de Educación ni la del Gobierno de Canarias.

“No puedo estar mirando por el retrovisor”, insiste un hombre que no quiere recrearse en un tiempo que ya no cambiará, y que se empeña en mirar hacia el futuro. Y en ese horizonte, el propósito principal es la renovación de la institución. “Mi política se va a basar, fundamentalmente, en la transparencia, en la participación, en el debate”. Con ese ideario por bandera, su objetivo es acometer una transformación profunda: “La Universidad de hoy estaría muy bien para los años 90, pero es que tendría que estar ya mirando a los años 20, pero no a los del charlestón, sino a los que nos esperan dentro de nada”. Uno de los principales lastres que encuentra es la burocratización que asfixia a muchos docentes, y sugiere que quizás ese incremento de papeleo está relacionado con una mala convergencia europea. “No sé si en España entendimos lo que es Bolonia”, lamenta. Otro de los asuntos en el que pone especial énfasis este catedrático de Psicología es en el desorbitado precio de los másteres y en los efectos de la reforma anunciada por José Ignacio Wert. “No soy economista, pero no entiendo que haya que subir tanto el precio de los estudios de posgrado. Yo estudié una licenciatura de cinco años: el país no se arruinó y, además, nunca oí ese argumento”.

Es consciente de que el encarecimiento de precios de los créditos está haciendo que algunos jóvenes no puedan acceder a la enseñanza superior y lamenta que se haya instalado el discurso de que “hay demasiados universitarios”. Una de sus exigencias será establecer un contrato programa o una alternativa viable de financiación que garantice la sostenibilidad de la Universidad de La Laguna. Para lograr todas sus aspiraciones, Juan Capafons tiene claro que hay que sacarle el máximo partido a la comunidad universitaria, a la que defiende con ahínco. “La universidad necesita ventilarse, que la gente opine, que se sienta implicada”.

Antonio Martinón, el político que se obsesionó con la calidad de la enseñanza

Antonio Martinon. / S.M.

Antonio Martinon. / S.M.

Antonio Martinón ha compaginado toda su vida la enseñanza y la política. A pesar de su dilatada experiencia en la esfera pública -fue gobernador civil, consejero del primer Cabildo democrático de Tenerife y parlamentario-, no ha perdido las ganas por significarse y aún conserva fuerzas para seguir luchando por la Universidad en la que cree. A sus 65 años, este enamorado de las ciencias -“no hay desarrollo ni progreso sin matemáticas”- ha decidido que la institución necesita urgentemente un revulsivo y se ha erigido como una de las tres opciones a ocupar el Rectorado de la Universidad de La Laguna. “Alguien me dijo que ese desánimo es porque nos estamos haciendo todos más viejos. Estoy convencido de que es algo más que eso: nos falta un norte. Si lo encontramos podemos ser una universidad mejor”.

Su experiencia política le ha demostrado que los programas a corto plazo no sirven. “Nuestra idea es tener un proyecto a 15 o 20 años”, dice con ambición el único candidato que centra su discurso en la calidad de la enseñanza. Para él, lo prioritario es la docencia que reciben los jóvenes que eligen La Laguna para estudiar. “Hay que mejorar los títulos”: desde los grados hasta los posgrados. “Una Universidad está para muchas cosas, pero sobre todo para dar títulos. Es fundamental que los docentes investiguen y que sean buenos universitarios en el sentido más amplio, pero, insisto, lo prioritario son los títulos”. La obsesión de Martinón no es etérea: hace meses la Agencia Nacional de Evaluación y Certificación Académica (ANECA) calificó como no apto el grado de Periodismo. Era una prueba piloto, pero encendió la luz de alarma. La preocupación del matemático va más allá de los grados. “El prestigio de una universidad está en los másteres y el doctorado. Tenemos que ser capaces de elegir estudios donde podamos destacar”.

Los años ocupando algún cargo público no han hecho de Martinón un hombre políticamente correcto en el peor sentido de la expresión. Es contundente en sus opiniones. A pesar de todas las mejoras que quedan por delante, reivindica el prestigio de los docentes y no calificaría nunca a la Universidad de desastre; considera que Doménech ha hecho “algunas cosas bien y otras no”; no comparte la fusión de facultades que se acometió para ahorrar; cree que el ministro José Ignacio Wert se comporta como “un observador sociológico” que sabe poco de lo que ocurre dentro de los centros de enseñanza superior; y acusa al Gobierno de Canarias de no portarse bien con la Universidad. “Nos han quitado veintipico millones, que se dice pronto. Así no se puede funcionar. Tenemos muchos problemas. Le debemos un montón de dinero al Ayuntamiento por el IBI y los edificios cada vez están peor: nos va a costar un riñón arreglarlos”. Mientras se produce ese deterioro lento pero constante, hay otra pérdida alarmante sobre la que Martinón llama la atención: la huida de miles de jóvenes canarios y españoles en busca de un futuro digno. Esa situación es injusta y contraproducente: “La sociedad española está perdiendo talento”.