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Los amiguitos de Jesús – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Los amiguitos de Jesús
Pues anda que no pone alto el listón el apóstol Juan en uno de sus textos, que hoy leemos en los templos. Nos plantea la prueba del algodón para identificar una fe verdadera: conocer a Jesús. Casi nada. Para rematar la faena, alerta contra la tentación de fardar ante los demás diciendo que somos realmente amigos del Señor si luego nada de nada. Está claro que la trampa del aparentar ha estado acechando a la comunidad cristiana desde sus primeros pasos. Era importante dejarlo claro desde el principio: Jesús no es patrimonio de nadie. De ningún grupo, de ninguna casta o linaje. No pertenece a ninguna sensibilidad, ni se identifica con facción alguna. No es propiedad de nadie, ni siquiera de su Iglesia. El corazón de Jesús pertenece a quienes guardan sus palabras, aclara el apóstol. “Quien dice ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él”, advierte.

En estos tiempos de vientos recios y grandes consuelos de Dios a su Iglesia, hay que poner en cuarentena a quien presume de ser discípulo del Señor. Lo digo porque vivimos días de cierto desconcierto. Me refiero a que los grandes y tradicionales movimientos de la Iglesia ya han mostrado su espléndido vigor, tan vital para la vida de la comunidad… y también han enseñado la patita de sus carencias y paranoias, que así llamaremos a los acentos que proponen cuando no respetan que otros puedan tener opciones distintas, en las formas y en el fondo. Y también ha quedado al descubierto la debilidad de la infantil distinción entre progres y carcas. Cuando unos y otros, si alguna vez los hubo en serio, pretendieron imponer las bondades de su forma de ver la vida y la fe, no hicieron otra cosa que vendernos ideología. Y, ya se sabe, tarde o temprano semejantes traiciones a la fe terminan naufragando. Lo que es peor: esa riada arrastró a millones de personas buenas a los bordes de los caminos, donde no hay vida, donde sólo cabe mirarse el ombligo y decir: ¡que carcas somos! o ¡qué maravilla de progres nos están saliendo! Una mamarrachada, oiga.

La Iglesia no. La Iglesia de Cristo no puede entretenerse en levantarle altares a cualquiera que diga es un amiguito del Señor, el mejor amiguito. De ahí la advertencia del apóstol: “Quien guarda su palabra, ciertamente en él ha llegado a su plenitud el amor de Dios. En esto conocemos que estamos en El”.

Amigo de Jesús es la persona auténtica, la que no se permite el dudoso lujo de aparentar en esto de la fe. Es quien se sabe en camino, no hacia cualquier parte, sino concretamente hacia el santuario de la coherencia personal. Ésa la propuesta de hoy: no hay tiempo que perder. Es la Pascua, se ha hecho de día para siempre. Es tiempo de creer, de fiarse, de revolverse hasta cambiar de vida. Lo otro es presumir de ser amiguito del Señor.
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