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Ángel Acosta – Por Luis Ortega

En la década del cambio, los diarios santacruceros fueron las aulas de para los alumnos de la Escuela Oficial de Periodismo y, por su horario, el rotativo fundado por Víctor Zurita en 1927, nos permitía trabajar y asistir a las clases. En su segunda sede -Suárez Guerra esquina con Pérez Galdós- La Tarde guardaba el olor a tinta y bohemia cultural de sus décadas en el vecino Callejón de Combate, y una nómina de dignos profesionales que adornaron su oficio con querencias por la poesía, el relato, el teatro o, como en el caso del redactor-jefe, por todos ellos.

Allí conocí a Angel Acosta Hernández, “nacido con el siglo en Fuerteventura”, como le gustaba decir; cursó sus estudios y desarrolló su carrera profesional en Tenerife; madrugó con sus colaboraciones en la prensa de la época y fue, desde su salida a la calle, redactor del vespertino. Participó con éxito en certámenes literarios regionales y nacionales y se integró en los grupos y tertulias culturales que profesaban en los cafés y sociedades de Santa Cruz y La Laguna; mantuvo una estrecha relación con los poetas García Cabrera y Gutiérrez Albelo, recorrió los pueblos y las islas con actuaciones en las famosas e inevitables fiestas de arte. Con encomiable entusiasmo e inteligente posibilismo, sostuvo su vocación y, además, alentó empeños de tanto mérito como Gaceta Semanal de las Artes que, con la amenaza constante de la censura, acogió poemas, relatos, ensayos y críticas literarias y artísticas escritas por los notables factores de las emblemáticas revistas republicanas y de autores noveles en busca de oportunidades. En un volumen de seiscientas páginas y con un brillante y certero prólogo, Francisco Arcadio Acosta Peña reunió la obra de su padre, a cuarenta años de su muerte, en un acto de estricta justicia y, con el encanto añadido, de reproducir las portadas e ilustraciones de las ediciones baratas que, como el contenido, derraman sensibilidad y frescura. Situado en la inmediata cercanía, acudo a Miscelánea -así se titula- de cuando en cuando para leer unas páginas y, en primavera, busqué su Anunciación de la doncella por el ángel diario, casi carnal, porque, por encima de las vistosas pompas y ecos sonoros del modernismo militante, fue el lírico de la cotidianidad y llevó ese espíritu al milagro. Así escribió “una nube de luz, como un nido redondo y cegante, bajando serena al umbral ensombrecido de la pobrecita casa nazarena…”.