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Arquitectos de la vida – Por Rafael Lutzardo

Semana Santa vivida en las costas de la isla de Tenerife en la cual me hizo recordar otra época donde comía, cantaba, reía y soñaba, lindado con la orilla de una mar en calma. Hogueras encendidas con retamas secas que no tenían vida ni sitio entre los riscos agrestes del paisaje del sur de la isla, mientras el sol decidía descansar tras una jornada intensa de luz natural y calor. Descubrí, sentado sobre las rocas maquilladas de salitres, emociones que por momentos me embargaron a otra dimensión. Gaviotas que volaban desde las alturas luciendo sus plumajes, cuyas alas se preparaban para hacer un vuelo rasante, con el objetivo de acudir a mi encuentro y de paso, saludarme con graznidos y vuelos acrobáticos. El mar se presentaba majestuoso y presumido, pues no en vano marcaba perfectamente la línea recta del horizonte en lontananza y una borrachera en sus aguas en bonanza. El espectáculo fue maravilloso e inimitable, sorprendiéndome los juegos de los delfines, los cuales provocaban que los cardúmenes o bancos de sardinas saliesen huyendo hacia tierra en plena pleamar. Mientras tanto, la costa, tierra a dentro, se fundía en un paisaje activo y lleno de vida por la presencia de la vida humana. Jóvenes que acampaban para disfrutar por unos días la juventud de sus vidas y también la de la naturaleza.

La tarde cae lentamente y el color del cielo se resiste apagarse, pero el sol tiene sus horas de trabajo como las puede tener cualquier persona en el planeta tierra. Los sonidos de percusión de los instrumentos musicales artesanales provocados por los pescadores, que tienen sus casitas en la costa marítima, rendían homenaje a un día que les brindó paz y libertad. Una brisa suave y a penas visible, abrigaba al mar en calma, que permitía que esa sábana del eco del viento pudiera asentarse sobre sus espaldas de sal y yodo. Sin duda, la comunicación con el mar, el sol, las gaviotas, la brisa, el paisaje terrestre, la libertad y las personas, resultó ser una experiencia maravillosa. La vida tiene esos rincones, esas maravillas, rellenadas de sentimientos, amor, pasión, belleza, paz y el espacio que cada cosa requiere en su entorno. No soy una de las gaviotas de Richard Bach. Soy solamente un presente de mi vida; un admirador del universo y de la naturaleza en su estado más puro. Todo lo que tiene vida tiene una razón para vivir; un objetivo, un proyecto, un puente que intentamos cruzar muchos, aunque algunos no hayan podido terminarlos de cruzarlos. Dejemos que nuestros corazones sigan latiendo a sus ritmos normales, mientras nuestros destinos quieran. Yo, sigo construyendo sueños e ilusiones. De alguna manera somos arquitectos de nuestras propias vidas.