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Los capiteles de la catedral – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Los nuevos capiteles de nuestra catedral son una imagen de lo que es la diócesis. Me atrevo a más: esa original manera de coronar ahora las columnas del templo madre bien merece ser considerada una metáfora del devenir de la Iglesia. Para entendernos: en el reciente y sinuoso proceso de restauración de la catedral, y tras remover su doliente techumbre, varias soluciones se pusieron sobre la mesa para sostener la nueva cubierta a partir de las añosas columnas. Por diversas razones, se optó por no reproducir los antiguos capiteles, sino por elaborar unos nuevos, de corte sobrio y esbelto. A mí me recuerdan a un hombre que alza las manos hacia el cielo, que se estira todo lo que puede para intentar tocarlo. Los responsables de la obra, técnicos y religiosos, decidieron así dejar una huella del momento histórico en el que la comunidad y las instituciones se dieron la mano para garantizar nuevos siglos de vida al primer templo diocesano. Han labrado una marca moderna que se asienta sobre siglos de fe y de Historia. Desde mi punto de vista, el resultado es un matrimonio de estilos que visualmente encajan de una manera portentosa y que catequéticamente aportan un testimonio poderoso. Quien ahora se sienta en un banco de la catedral y alza los ojos al techo está contemplando lo que la Iglesia es: una aventura puesta en marcha por Dios una mañana cálida como la de hoy de hace miles de años en la que los pasos de cada uno, los alientos de cada época, van dejando su huella. Nadie inventó el cristianismo, nadie es su artesano, nadie puede arrogarse el mérito de ser el principio y fin del sólido edificio de nuestra fe. Sólo Jesús recién amanecido. Él da sentido a nuestra aventura como hombres y a nuestro peregrinar como creyentes. El es el techo, la cumbre, y cada uno y todos juntos somos apenas los albañiles que van construyendo un eslabón más de la cadena. Miro hacia arriba y los nuevos capiteles de la catedral me parecen un faro que marca el camino a los despistados y eleva la moral de los decaídos: no somos los primeros ni seremos los últimos en esperar en Dios. Cientos de generaciones antes que nosotros y millones de nuestra estirpe que vendrán luego llorarán sus dolores entre estos muros ahora transfigurados, cantarán sus alegrías, arañarán sus paredes buscando rasgar el cielo, reposarán en un consuelo que no defrauda. No somos los primeros y no seremos los últimos. Somos nosotros. Los que hoy se alegran una vez más porque la tierra no ha sido capaz de retener en la eterna noche al Hijo de Dios. Es Pascua. Y eso significa que es tiempo de mirar hacia arriba para levantar lo que aquí abajo tira de nosotros. Es el momento de pisar con firmeza sobre la huella de los que antes que nosotros lloraron de esperanza ante la seguridad de que la tumba está vacía. Pisar fuerte y dejar constancia de nuestro peregrinar. Como los nuevos capiteles. Feliz Pascua.
@karmelojph