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Cuotas, cremalleras y otras hierbas – Por Norberto Chijeb

Los partidos andan o han andado enfrascados estos días en la confección de sus listas electorales de cara al 24M, con mucha más discusión, me atrevo asegurar, que la habida a la hora de redactar el programa electoral.

Al final, por mucho que lo quieran negar, las personas han sido más importante que las ideas, en algunos casos, y me reservo dar nombres, hasta resulta obsceno ver candidaturas con gente con ideas tan dispares en su seno.

Lo curioso es que con la que está cayendo en la política, sean estas unas elecciones donde habrá un mayor número de candidaturas en los municipios y cabildos, entre otras razones porque se ha puesto de moda aquello de que los rebotados de algunas siglas se han montado su propio partido o agrupación electoral, más la irrupción de esos dos partidos emergentes surgidos del enorme influjo que tiene la televisión, Podemos y Ciudadanos, por no decir del enorme cabreo que tiene el personal con los partidos tradicionales, perdidos en la maraña de la crisis que nos acogota.

Dentro de este panorama, resulta curioso que todavía, a estas alturas de siglo XXI, se siga hablando de cuotas en las listas. La famosa cremallera, hombre-mujer, o mujer-hombre, que impuso el PSOE en su momento, ha sido adaptada en algunos casos por otros partidos, aunque sin imposición. Una cuota de género que se suma además a aquellas que imponen los partidos por barrios o comarcas según hablemos de listas municipales, insulares o autonómica. Cuotas además de edades y de otras estirpes que encorsetan a los partidos, cuando en realidad, el concejal, consejero o diputado elegido no se deberá a quien le eligió, sino a las siglas. O es que acaso un concejal a Araya no lo será de toda Candelaria, o un consejero de Adeje no lo será de todo Tenerife, o un diputado de Granadilla no defenderá toda Canarias.

Las cuotas no dejan de ser una imposición y como tal se me antojan hasta antidemocráticas. Esta es una razón más por la que las listas deberían ser abiertas, sin las ataduras de un partido que al final termina ninguneando a sus propios miembros, sujetos a una disciplina que emana de otros intereses que están lejos de lo que se cuece en un pueblo o en una Isla, como por ejemplo esos pactos en cascadas que vienen y de los que nadie hablar. Pero quién le pone el cascabel al gato…