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A la espera de la revisión de relaciones con Venezuela – Por Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca

Tras la reciente Cumbre de las Américas en Panamá, el principal problema de ese continente ya no es Cuba y su política, sino Venezuela. Su poco presentable presidente, Nicolás Maduro, ha quedado descolocado y aislado ante el coraje de la diplomacia cubana de marcar distancias prácticas con el régimen chavista para poner fin al conflicto diplomático más dilatado de la historia. Con el pragmatismo por bandera, a la vista de las dificultades de su economía y dada la imposibilidad de que Caracas pueda seguir aliviando sus necesidades de suministros petroleros y financieros, Raúl Castro ha decidido su reincorporación a la comunidad interamericana y, al tiempo, acabar con sesenta años de confrontación ideológica con los Estados Unidos, reconciliándose así con el viejo “enemigo imperialista”.

Una operación de tan fuerte calado político e inevitable repercusión en todo el continente ha producido ya los primeros efectos al dejar fuera de juego a los regímenes populistas de Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina -ninguneados por Obama, que ni siquiera quiso escuchar los discursos de sus dirigentes- , así como al propio oficialismo venezolano, cuyo líder, Maduro, tras su regreso de Panamá, hizo ‘escala técnica’ en La Habana, donde se entrevistó con Fidel Castro para que le explicara los porqués del viraje oficial cubano. El desacreditado heredero del chavismo -cuya política es rechazada por el 74% de la población, según las últimas encuestas- ha anunciado una radicalización de la Revolución Bolivariana ante los “nuevos intentos de desestabilización” política, económica y social, ha vuelto a culpar a los empresarios del desabastecimiento de productos básicos de la cesta de la compra y se ha negado una vez más a cualquier tipo de diálogo con la oposición para tratar de reducir las fuertes tensiones existentes y los continuos enfrentamientos y buscar algunas políticas de consenso.

Golpe de mano
Con una política de mano tendida o, al menos, de colaboración coyuntural, se podría reducir el malestar ciudadano ante los principales problemas del país: reiterada falta de productos esenciales para el consumo diario, inflación que supera el 35% en lo que va de año, caída estrepitosa de las reservas oficiales de divisas que apenas superan los 2.000 millones de dólares, incremento de la inseguridad ciudadana, deterioro de las infraestructuras, restricciones a la libertad de expresión y manifestación, persecución sistemática de los partidos opositores, etc.; unos problemas que, lejos de resolverse, se agravan con el paso de los días. En esta atmósfera de confrontación, la oposición venezolana no ve claro si finalmente serán convocadas las elecciones parlamentarias previstas para este año, ante el avance de la Mesa de Unidad Democrática en todas las encuestas, que recogen una intención de voto de más del 46%, frente al 37% del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela. Como indicio de una posible negativa a dar cumplimiento al mandato constitucional, se alude el golpe de mano dado esta semana por el oficialismo con la supresión de las elecciones al Parlamento Latinoamericano con sede en Panamá, que estaba previsto se realizarían junto a las parlamentarias de este 2015.

Los 12 diputados que corresponden a Venezuela se habían venido eligiendo por sufragio universal, pero ahora, ante el desconcierto y la protesta de los partidos de la oposición, los nombrará la Asamblea Nacional en reparto proporcional, si así lo acuerda el Consejo Nacional Electoral (CNE) -lo que se da por seguro para la semana entrante-, según la moción de urgencia presentada por Diosdado Cabello, presidente de la mentada Asamblea, máximo líder del bando militar de la revolución y una de las personas, por cierto hijo de padres de origen gomero, consideradas más ricas del país. Con Maduro gobernando durante un año por decreto, lo que se ha justificado para poder enderezar la marcha económica del país y combatir la corrupción, la opinión pública internacional ha centrado su atención en Venezuela, en su sistemática violación de los derechos humanos y en su permanente tentación totalitaria. También la presión multinacional ha caído sobre el oficialismo, mediante declaraciones de los parlamentos europeo, colombiano, chileno, canadiense y español -a los que se espera sigan otros durante las próximas semanas- en favor de la inmediata puesta en libertad de los líderes políticos encarcelados, en especial Leopoldo López y Antonio Ledezma, así como de otros dirigentes opositores y estudiantiles. La propia Unión Europea, a través del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores, se pronunciará oficialmente mañana, lunes, en favor del respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales en Venezuela.

En la misma Cumbre de las Américas y ante los desmanes del régimen chavista, 26 ex presidentes iberoamericanos, entre ellos Felipe González y José María Aznar, suscribieron la llamada Declaración de Panamá, que denuncia la severa crisis democrática e institucional, económica y social que afecta a Venezuela, así como la persecución judicial de opositores y disidentes, la reiteración de actos de tortura por parte de funcionarios del Estado y la existencia de grupos paraestatales armados y de apoyo al gobierno que actúan en un ambiente de total impunidad. Al tiempo, se exige la inmediata libertad de los presos políticos, el restablecimiento de las libertades y derechos fundamentales y la construcción de una alternativa nacional para acabar con la crisis que vive el país.
Las reacciones que han suscitado estos hechos han sido las esperadas por parte de dirigentes populistas tan maleducados, chulescos e ideológicamente marcados como Maduro y Cabello. Los insultos y exabruptos dirigidos a Rajoy, por los acuerdos del Congreso de los Diputados, donde sólo la oposición comunista se puso al lado del Gobierno venezolano, y a Felipe González, por su determinación de defender en su día a los líderes opositores encarcelados por razones políticas, son impropios de países amigos y con relaciones tan marcadamente estrechas como es el caso de Madrid y Caracas.

La incontinencia verbal, las malas formas, las amenazas y las descalificaciones personales e institucionales han dado pie a las justas y medidas protestas españolas y de otros países también señalados por los dos dirigentes venezolanos, por el simple hecho de criticar las actuaciones del Ejecutivo con los políticos opositores, internados en una cárcel militar sin juicio previo y sin haber cometido delito alguno.

“Revisión exhaustiva”
En su intento por ocultar los problemas internos, Maduro ha tenido siempre, desde que sustituyó a Hugo Chávez, la vista puesta en un imaginario enemigo exterior al que culpar de todos los males. Cada vez que se suscita algún problema, sus referentes preferidos son Rajoy y Obama. En el caso español son ya tres los graves momentos de tensión vividos, sin contar los de la etapa anterior con Chávez al frente del país; pero los alegatos mendaces inventados en casa ocasión no logran ocultar la triste realidad de un país pésimamente gestionado, empobrecido pese a sus riquezas y dividido por una clase política ideologizada hasta el paroxismo, intolerante, corrupta y antidemocrática, que todo lo basa en un populismo ultramontano y en unos enemigos inventados para justificar sus incapacidades, autoritarismos y desconfianzas.

España está a la espera de la reacción del oficialismo sobre la anunciada “revisión exhaustiva” de las relaciones bilaterales. Es mucho lo que hay en juego, por la importante colonia española existente en Venezuela y por la destacada presencia en el país de empresas nacionales que allí operan. Lo deseable sería un entendimiento amistoso que a todos importa, por encima de coyunturas e ideologías. Pero Madrid no puede renunciar a la defensa de los derechos humanos y de sus propios intereses, en línea con las prácticas de los países libres y democráticos.
En tal sentido, debe seguir recibiendo y apoyando a los líderes opositores. Mañana mismo llegan varios a Madrid, para denunciar la presunta financiación ilegal de Podemos, así como los abusos de un régimen que aplasta por sistema a la oposición, pese a que sólo obtuvo un 1,6% más de votos que ésta en las últimas elecciones. Lo que no puede perder nuestro país es la dignidad y la agresión de quien, como Maduro, no está para dar lecciones de otra cosa que no sean sus propias incapacidades, limitaciones y mala educación.