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Lágrimas de la razón – Por Indra Kishinchand

Soñé que era un lugar conocido en la memoria. Quizás por eso me sentí como en casa. También puede ser esta la razón por la que me desperté llorando. Lloré hasta que comprendí que derramaba mis lágrimas aun a sabiendas de que no cambiarían nada. Quería quedarme a vivir en aquel instante en el que sol me hablaba del sabor de la muerte y me aseguraba que nunca tendría que probarla. Quería quedarme a vivir en un mundo en el que no fuera un problema la diferencia hecha piel o en el que los periódicos aceptaran la prosa poética para relatar todo lo que ahora no se cuenta. Soñé que era un lugar conocido en la memoria. Quizás por eso ansiaba no despertarme jamás. Sabía que me quedaban apenas unos minutos de sueño, tal vez horas, a lo mejor días, o meses… Quién sabe. Me quedaba cuanto yo decidiera. Tenía todos los elementos para reproducir aquella estancia en la realidad y, sin embargo, no me atreví. Supongo que tuve miedo a tanta felicidad, a tanta perfección. Preferí seguir escribiendo que condenarme a una existencia ficticia. Así fue como decidí que todavía tenía tiempo para encontrar un lugar en el que ser sin importar el dónde; porque no podría haberlo hecho si no hubiera descubierto, a tiempo, a quien no quería parecerme.