ahora en serio >

Lo normal – Por Ana Martín

En las últimas semanas, claramente de cara a la temporada de verano, porque aquí no se da puntada sin hilo, el mundo de la moda ha empezado a bombardearnos, desde distintos frentes, con la exaltación de las tallas grandes que, de repente, se han convertido en un descubrimiento para quienes defendían, hasta hoy, los cuerpos esqueléticos, andróginos, infantiles o todo a la vez.

Pero solo para ellos, porque el resto de los mortales hemos convivido, con total normalidad, con la idea de que, por la calle, lo que más abunda en este país son señoras de la talla 42 para arriba, a las que nadie mira con asombro, estupor ni recelo, a menos que sea idiota.

No están muy lejos los tiempos en los que Karl Lagerfeld, el autoproclamado káiser de la moda, que ascendió al estrellato del diseño de la mano de Chanel, se negara a colaborar con una cadena de tiendas sueca porque ésta quería hacer sus modelos en tallas por encima de la 44. Y él, que durante años se condujo por la vida como un lujoso paquidermo asiático, al que apenas le servían las chilabas, de repente decidió que las gordas no tenían derecho a vestirse. Ni a respirar. Este mismo descerebrado que hoy, tras una dieta confesa de cola light, parece un cigarrón macrocefálico fue quien criticó a la cantante Adele por llevar su peso no con dignidad, sino con la normalidad pertinente, y, posteriormente, fue obligado a comerse sus palabras y a intentar enmendar el error enviándole varios bolsos de la marca a la que representa.

Lagerfeld, además de megalómano y difícil de ver, es imbécil. Pero no tanto como para no darse cuenta de que, por mucho que él haya adelgazado, no puede permitirse la licencia de despreciar a una mujer gorda, porque lo gordo, señores, está de moda. Y ese es, precisamente, el problema. Que esta oda a las curvas -al tiempo- va a ser algo efímero y superficial, como lo fueron las modelos con pecho grande, las extradelgadas o las raritas de cara. Y que se está tratando como una tendencia y envolviendo en eufemismos de manual (curvy, mujeres reales) a lo que nunca debería haber dejado de ser normal. Desde que el mundo es mundo, la genética y los hábitos hacen que el género femenino sea rico y diverso. Y eso es lo natural. Las campañas contra la anorexia y la bulimia que, tímidamente, empezaron a hacerse desde algunos sectores y marcas, fueron silenciadas e ignoradas durante años por el sector de la moda, que es lo suficientemente poderoso como para pasarse por el forro lo que le dé la gana. Las redes sociales, algunas blogueras y hasta un Ministerio se empeñaron, entonces, en cambiar el mundo y hacer que se respetaran los patronajes y que no se manipularan las tallas. Batalla igualmente perdida, como evidencia el hecho de que, años después, en mi armario convivan prendas desde la 42 a a 46 y todas me sirvan la misma semana. Mis gavetas son un festival loco de etiquetas M, L y XL sin que nadie haya dimitido hasta hoy por ello. Y miren que cada vez que entro en una tienda clamo al cielo y pido, en secreto (no me vayan a convertir en una apestada social) responsabilidades.

Lo que viene a demostrar que esto del descubrimiento de las mujeres rotundas por parte de las grandes marcas es una clarísima estrategia de marketing que oscila entre el lavado de cara de una industria despiadada y cruel, que todo lo que encuentra lo mastica y lo escupe sin remordimientos, y el cálculo de los pingües beneficios que van a obtener de las ventas de unas prendas que, en este país, compraría más del 40% de la población femenina.
La cara amable de esta moda de la moda son las supermodelos de talla grande. Mujeres bellísimas, como Tara Lynn, Candice Huffine, la espectacular María Eugenia Donoso (creadora de Plus Trends Company) o la valiente Tess Munster que, gracias a las redes sociales, han podido dar a conocer su trabajo en todo el mundo y se han convertido en iconos admirados por esas miles de chicas que se han sentido discriminadas y despreciadas por una sociedad experta en poner etiquetas asfixiantes y construir armarios inexistentes. Muchas de estas mujeres han luchado contra los trastornos alimentarios y las dietas draconianas y han decidido, por fin, mostrarse tal y como son. Normales. Como lo somos todas. Flacas, gordas o mediopensionistas. No nos traten, pues, como a las aves exóticas que se exhiben a las visitas y se cambian por otro nuevo animalito cuando uno se cansa de ellas. Sean sensatos, señores de la industria. Sean, por una vez, normales.

@anamartincoello