luces y sombras >

Manos – Por Pedro Murillo

Desconozco el motivo pero siempre que entrevisto a alguien me fijo en sus manos. Es una suerte de fetichismo literario. Observo con cautela el devenir de esos apéndices milagrosos. La mano humana; con sus 54 huesos repartidos en los dedos, cinco en la palma y 8 en la muñeca; sus líneas de flexión y huellas únicas e intransferibles. Toda una ingeniería biológica que evolucionó desde los pulgares prensiles para llegar al milagro de una sinfonía o al asesinato más vil. Son plataformas de lanzamiento de besos y receptáculos de la amistad y la violencia. Cuando tuve la suerte de charlar en la radio con Martín Chirino no podía dejar de fijarme en sus manos. Interpretaban una coreografía ilustrando la palabra, derramando espacios, como si dibujara un enorme fresco en el aire. Son manos nervudas a lo largo de una montaña de venas. Son manos que denotan pasado y vida. Pablo Picasso tenía unas manos similares. En uno de sus tanto retratos fotográficos aparece frente a la cámara con esa mirada de pájaro de fuego, con las manos al aire y enfrentando las palmas a nuestros ojos como cuchillas arrasadoras de un siglo ciclópeo y urgente.

Las manos de los poetas son otra cosa. Una pasta diferente como ensamblajes de un retablo antiguo como los días. Alejandra Pizarnik por ejemplo. Sus manos son el reflejo de una escritura vertiginosa y mortal. En las pocas instantáneas de la poetisa argentina no se prodigan las manos salvo en contadas ocasiones como si quisiera ocultarlas, esas manos tan extrañamente humanas. Cada mano pero también la desgracia y la ausencia de ellas. Los milagros de la evolución y de la ciencia, del entendimiento humano. Las mismas manos que escribieron los lemas fraternos, las mismas que accionaron la hoja de la guillotina; las mismas dulces del amante. Les invito, como divertimento, pues no aspira a mayor destino esta columna, que bajen ligeramente el periódico o la tableta y observen las manos de quien tengan cerca. Fabulen y sean felices.