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La mentira – Por Wladimiro Pareja Ríos*

Se acuerdan de aquel cuento infantil: ¡Que viene el lobo!? En él, el pastor intentaba llamar la atención con falsedades y lo conseguía, hasta que, finalmente al ser descubierto y necesitar realmente ayuda, la gente de su pueblo no le creyó. ¿Se acuerdan del regalo con que los griegos agasajaron a los troyanos, que escondía en su interior a soldados enemigos y que por la noche salieron del caballo de madera, mataron a los centinelas y abrieron las puertas de la ciudad, lo que provocó la caída de Troya?

Definimos la mentira como una expresión que resulta contraria a lo que se sabe, se piensa o se cree. En términos generales, la mentira busca beneficiarse, la persona la utiliza para conseguir algo, aunque también para evitar por ejemplo un castigo. Pongamos el caso del comercial que exagera sus ventas para llegar a los objetivos y poder cobrar así un extra de dinero, o sea busca beneficios; y el caso contrario, un conductor ebrio que es parado por la Guardia Civil en un control y dice no haber probado ni una gota de alcohol, o sea busca no ser sancionado. En todos los casos hay una intencionalidad de deformar la realidad.

Hay una mentira con sinceridad, que a base de repetirla una y otra vez, acabas por hacerla creer; hay una mentira política en la que vale cualquier cosa porque se piensa que es inocua, con la que se promete “el todo” y se cumple “la nada” o poco de ella; hay mentiras piadosas que se utilizan porque provocan menos daño que decir la verdad. Hay medias verdades que ocultan medias mentiras, y las hay también hermosas como Papá Noel y el Ratoncito Pérez.
Algunas personas prefieren que les mientan antes de conocer lo que es auténtico, recordemos el refrán popular: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, evitando así secuelas o fricciones desagradables; me contaba un amigo oncólogo que en muchos casos la persona prefiere no saber si padece una enfermedad en fase terminal para no angustiarse. En este caso lector: ¿querría usted saberlo?

Especial atención ocupa el autoengaño, en el que la persona reconoce que tiene un problema, pero no hace nada pensando que se solucionará por sí solo por arte de magia; en otros casos una pareja que naufraga y no quieren ver que tiene serios problemas; los hay quienes se dicen a sí mismos “yo controlo” y están completamente perdidos, algunos se ponen a dar justificaciones para posponer realizar alguna tarea para un mejor momento, de esta manera lo dejan todo para mañana, y cuando llega mañana encuentran algo para volver a aplazarlo. Uno puede ponerse gafas negras y filtrar la realidad, tiñéndola toda de tristeza, depresión y desesperanza, o ponerse gafas rosas y pretender que todo va sobre ruedas cuando en realidad se está perdido.

El autoengaño es cosa mala, porque aplazando y escondiendo esa verdad que nos duele no tenemos posibilidad de cambiarla. Creo que la mentira que más me ha gustado es que el chocolate no engorda y la que menos: todo lo bueno es pecado.

*Psicólogo wladimiropareja@gmail.com