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Partidos y democracia – Por Juan Julio Fernández

El bipartidismo aparece consolidado en Estados Unidos, elección tras elección. Dos grandes partidos, el Republicano y el Demócrata, lo protagonizan y cabe decir que ambos se caracterizan por favorecer y garantizar internamente el debate y la democracia y proyectar al exterior un reparto de papeles claro, en el que el vencedor gobierna y el perdedor controla al ganador.

En Europa, Francia con una segunda vuelta en las elecciones cuando ninguno de los partidos concurrentes alcanza la mayoría, deja en manos del pueblo decidir cuál de los dos partidos más votados en esta segunda convocatoria debe gobernar, reservando al derrotado el papel, sobremanera importante, de protagonizar la oposición.

En España se acusa una tendencia a ponerle fin o, por lo menos a matizar, el bipartidismo favorecido por la ley H´ondt, que salvo en los casos de obtener una mayoría absoluta, ha obligado al partido más votado a pactar, de una u otra manera, con otros para agotar la legislatura. Ahora, en este año electoral de 2015, todo apunta al final de este bipartidismo imperfecto protagonizado por UCD y PSOE en las primeras legislaturas y por PSOE y PP en las más recientes, con un protagonismo excesivo de los partidos nacionalistas a la hora de gobernar sin mayorías absolutas. En estos momentos, como puede deducirse de los resultados de las anticipadas elecciones autonómicas andaluzas, -donde cuando escribo está por dilucidar si se podrá o no constituir un gobierno que permita al partido más votado gobernar con cierta estabilidad-, todo apunta a la formación de gobiernos tripartitos.

Las elecciones autonómicas que se avecinan, con este antecedente en Andalucía, están haciendo aflorar una nueva tendencia al consenso, obligado por el reparto de votos entre los partidos tradicionales y las nuevas formaciones que, si bien a nivel autonómico podría resumirse en la irrupción de Podemos y Ciudadanos, a nivel municipal está propiciando una aparición de siglas que parecen responder más a intereses personalistas que a planteamientos ideológicos y programáticos.

En nuestro entorno inmediato hay casos especialmente llamativos como los de dos dirigentes representativos, cuyos nombres no hace al caso repetir, que no han titubeado a la hora de abandonar las formaciones en las que han hecho carrera y erigirse en líderes de nuevas formaciones, con decisiones que, pudiendo ser legítimas, están siendo cuestionadas por muchos ciudadanos que, también legítimamente, tienen otro concepto de la política. El pluripartidismo a la hora de gobernar puede tener sus ventajas, si prima un comportamiento responsable y honesto de los responsables, guiados por intereses ciudadanos y no partidistas o personales. Y siguiendo en nuestro entorno, todo apunta a que gobernar en el archipiélago, las islas y muchos municipios -contando ya con diversas encuestas- con mayorías absolutas o dos partidos va a ser harto difícil., por no decir imposible, si no hay voluntad de entendimiento.

A nivel nacional, de un aparente consenso inicial entre los dos partidos mayoritarios PP y PSOE para oponerse a la irrupción de Podemos, y Ciudadanos y tras pasar por una apertura de puertas, por la izquierda, del PSOE a Podemos y, por la derecha, del PP a Ciudadanos, parece haberse pasado a otro en el cambio nuestro de cada día: todos, PP, PSOE, CiU, PNV, IU, UPyD contra Ciudadanos, al que se acaba de sumar, como se empieza a oír, Podemos.

Pero no se debe olvidar que el ruido anuncia al río y que esta deriva del consenso de todos contra uno puede dejar la llave de la gobernabilidad en manos de esta última formación.