EL RINCÓN DE CALERO

De la adicción al juego – Por Juan Luis Calero

En estos momentos tengo de fondo y a toda mecha La Traviata de Verdi porque mi vecino tiene esos arranques a cualquier hora del día y de la noche, son tiempos en los que los trapos de la intimidad se exponen al sol de las redes sociales e invadimos los silencios del otro con toda normalidad. Esto va así. Tal vez el hombre dirija de puertas adentro una orquesta invisible con una batuta sacada de alguna caja de zapatos, como lo hacía Jerónimo Saavedra en los primeros compases de su vida, antes de meterse en los ruidos de la cosa pública. Otro día les hablo de los ruidos ajenos y del alto índice de contaminación sonora de las afortunadas islas, porque hoy lo que toca es la adicción al azar, al juego.

Una reflexión muy personal sobre el tema. Dice Huizinga, un autor que nombra mucho Valdano, que el juego es anterior a la cultura, que los animales juegan de la misma manera que lo hacen los seres humanos, y que la vida casi es un enorme juego, que los adultos no hacemos otra cosa que jugar, y que la infancia es un adelanto a la vida de los mayores en la que no dejamos de jugar en todas las facetas de la existencia.

Jugamos con el lenguaje, los sentimientos, buscamos la gran solución en los sorteos diarios para matar la ansiedad, en el juego que está poco recomendado para quienes se empeñan en llegar a la calma mental a través de una continua vigilancia que nos aleje de las perturbaciones que se nos pasan por la cabeza como un incesante enemigo cargado de pensamientos oscuros. El juego hoy está en los despachos de los psicólogos y en las salas de espera de los psiquiatras porque lo lúdico puede resultar una huida enfermiza hacia territorios extraños; son cada vez más los pacientes que tocan en la consulta de los que se ocupan de lo psíquico porque necesitan ayuda en el abismo de la desesperación. Y al ser el juego una adicción a plena luz del día, como lo es la adicción al trabajo, se esfuma y camufla de normalidad como lo hace la mediocridad en el mundo del trabajo. La adicción al juego puede comenzar desde muy temprana edad movida por las ansias desmedidas por atrapar el éxito asociado al dinero y al lujo. El desespero por atrapar el poder, incluso el poder político, a toda costa puede estar oculto detrás de estos primeros intentos que ya aparecen en edades muy tempranas.

El adicto al dinero quiere llenarse los bolsillos aunque que tenga que perderse por carreteras secundarias sin iluminar. Las tragaperras son para el adicto al juego el ruido que lo separa de la realidad, el primer paso hacia la ruina, el monstruo que nos llama con la espalda pegada a la pared de los bares, la bulla enloquecedora que aleja de sí mismo al adicto para hacerlo caer en una espiral de frutas de todos los colores que nos vacía el sentido y el bolsillo. Y ahora hay una nueva modalidad de juego que está haciendo estragos en jugadores de toda clase porque es como tener un casino en la propia casa, es el juego online, a través de la red y con tarjeta en mano, digo yo, para pagar los momentos de subidón, la euforia fugaz y la desolación que viene asociada a todo lo mundano.

Por eso, no me extraña nada que pronto veamos con mayor intensidad un aprendizaje más concreto en los centros educativos para que los alumnos sepan distinguir el mundo real de la dosis adecuada de juego, de ficción, que uno puede consumir; porque el salto del primer entorno (el campo) al tercer entorno (internet) ha sido muy rápido, sin resolver los asuntos que generan la convivencia en las aulas en el segundo entorno (la calle) y así evitar los alarmantes acosos en el ámbito escolar.