En campaña electoral casi todo está permitido. Los políticos pueden pronunciar todas las promesas que estimen oportunas: no hace falta que tengan dinero para ejecutarlas o que sean viables, solo que respondan a las expectativas de miles de ciudadanos y que haya una grabadora o un micrófono cerca. Eso deben haber pensado los artífices de las hojas de ruta de algunos partidos, que han decidido sumarse a la popular campaña del bilingüismo. En Canarias, donde el inglés parece una lengua inventada para muchos, que alguien venga y asegure que todos los niños saldrán del colegio hablando dos idiomas es muy apetecible. Los empresarios dejarían de contratar a extranjeros y el nivel formativo y el desempleo dejarían de ser un problema. El único inconveniente es que la realidad suele ser muy tozuda. El problema económico, que se podría plantear, queda eclipsado por otro mucho mayor y más difícil de sortear: ¿quién se va a encargar de impartir clases en inglés para esos miles de chicos?
La Consejería de Educación actual ha sido la primera en incorporar el bilingüismo a las aulas, pero sabe que aún queda mucho por hacer para que el Archipiélago cuente con la primera generación que hable dos idiomas. Para lograrlo hay que hacer un intenso trabajo en la formación de profesores, ahora mismo no hay suficientes para acometer ese propósito y esa labor requerirá mucho tiempo y dinero. Si ese modelo es el más o el menos oportuno para que los canarios y los españoles dejemos atrás nuestra incapacidad para relacionarnos en otra lengua es algo que ni siquiera se discute ya. Desde luego, es sorprendente que queramos pasar de un país o una comunidad en la que apenas hay cines que ofrezcan películas en versión original a unos colegios en los que se enseñen matemáticas en inglés. ¿Estamos cogiendo el toro por los cuernos o nos estamos metiendo una cornada a nosotros mismos? El escritor Javier Marías manifestaba hace unos días muchas dudas al respecto: “Vistas nuestras limitaciones para la Lengua Deseada, a uno se le ponen los pelos de punta al figurarse esas clases de colegios e institutos impartidas en inglés estropajoso. ¿No sería más sensato -y mucho menos paleto- que los chicos aprendieran ciencias por un lado e inglés por otro, y que de las dos se enteraran bien? Sólo cabe colegir que a demasiadas comunidades autónomas lo que les interesa es producir iletrados cabales”.