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“Cada vez tenemos más miedo”

César y Lali muestran el deterioro de las viviendas que están encima del charconito e       ironizan con su parecido a Sarajevo. / SOFÍA CABRERA
César y Lali muestran el deterioro de las viviendas que están encima del charconito e ironizan con su parecido a Sarajevo. / SOFÍA CABRERA

GABRIELA GULESSERIAN | Puerto de la Cruz

El derrumbe que se produjo el 13 de mayo en una parte de la calle Tegueste los puso otra vez en alerta. Una más de las tantas que sufren desde hace años ante el peligro que tienen sus viviendas de desmoronarse al estar al borde del acantilado.

Candelaria Mora Martín vive en el número11 de la calle Pelicar y César Borges en el 6 de la calle Tinguaro, en el popular barrio portuense de Punta Brava, justo por debajo de la piscina natural conocida como Charcón o Charconito. Son dos vecinos, aunque no los únicos, que viven cada vez con más miedo por el importante deterioro que tienen sus casas con el consiguiente riesgo de desmoronarse.

Ellos no entienden de burocracia ni de competencias entre las administraciones, solo saben que una posible reforma depende de un papel o una ayuda económica que se eterniza en el tiempo y nunca llega porque los inmuebles se encuentran en suelo de dominio público marítimo terrestre y por lo tanto, los permisos dependen de Costas. “O al menos eso dicen, porque se pasan la pelota entre todas las administraciones”, coinciden.

Lali, como la conocen en el barrio tiene 54 años y vive desde los 9 en la casa que sus padres construyeron con tanto sacrificio y de la que no se que ir pese al riesgo que supone vivir allí. Cuando hace once días se derrumbó parte de la calle Tegueste, creyó que era su vivienda. “Estaba sentada con mi hija en la cocina y escuché un ruido leve. Pensé que era una piedra así que abrí la ventana y me asomé, pero no vi nada. Acto seguido, oí el derrumbe total y pensé que era un terremoto”, cuenta todavía impresionada.
Hace muchos años que su casa tiene problemas. Se pueden ver los hierros por fuera y desde las ventanas caen de forma permanente pedazos de cascotes. Tiene miedo hasta de tocar los bordes de las paredes porque pueden derrumbarse, igual que la columna de la azotea donde se encuentra el bidón de agua. Todo ello hace que el día a día no sea fácil para su familia.
En noviembre de 2005 la tormenta tropical Delta agravó aún más la situación. Desde entonces, subraya, no vive tranquila, porque ve como se van cayendo trozos día a día. La habitación en la que duerme su hijo es la más expuesta porque da al mar, y ante cada tormenta, lluvia o viento fuerte, lo despierta para que se cambie al cuarto que era de su madre. A su cuñada, que vive un piso más arriba, se le cayó un volado encima de la fachada.

Peligro también por fuera

El peligro no es solo para ellos y dentro de su casa sino también para los pescadores que acuden a diario al lugar a coger cangrejos y carnada, y las cientos de personas que se bañan allí cuando comienza el verano. “Este año la caída de piedras ha sido brutal”, sostiene Lali, quien asegura que en el deterioro de las viviendas también influyó la instalación de los barrenos de uno de los emisarios de la estación depuradora (EDAR). “A nosotros nos estallaron los azulejos de la cocina y de casi toda la casa, igual a mi cuñada”, recuerda.
En 2009 cuando vio que el deterioro de su vivienda avanzaba se decidió a hablar con el entonces alcalde Marcos Brito, quien le dio permiso para cerrar la escalera que da a la azotea pero le dijo que no la podía ayudar más “porque acababa de llegar al Ayuntamiento”, como consecuencia de la moción de censura que Coalición Canaria (CC) y el Partido Popular (PP) interpusieron contra el PSOE para desbancar a Dolores Padrón del sillón de la Alcaldía.

Confirma que tuvo muchas reuniones en su despacho. Fue justo hace un año, el 22 de mayo, día de Santa Rita, cuando el exregidor le prometió que iba a mandar un ingeniero, un arquitecto y un aparejador para que valoraran el estado de su vivienda.

Según Candelaria, “tomaron fotos y corroboraron que el inmueble estaba muy deteriorado. Además, le advirtieron que corría riesgo de derrumbarse en el momento de empezar a trabajar. “Me dijeron que costaría mucho dinero pero que se podría arreglar, que habían hablado con él porque se podía encalar, reforzar y luego poner una piedra marina para que luego durara toda la vida. Pero Don Marcos falleció y se quedó en nada”, lamenta. “Yo tenía mi ilusión porque veía el movimiento y ese día se me vino todo abajo”.

Tiempo después fue a hablar con la alcaldesa, Sandra Rodríguez, pero ésta le aseguró que no sabía nada y tampoco conocía el proyecto aunque Candelaria le dejó el contacto del ingeniero. Pasaron los meses y como no la llamaban del Ayuntamiento volvió a hacerlo ella pero “notó desidia”. Habló con su secretaria y le pidió que le pasara con el concejal de Obras, Ricardo Padrón, quien también fue varias veces a su domicilio pero su respuesta fue que “sacara fotos de su casa, hiciera un informe y lo llevara a Servicios Sociales con la nómina de su marido”.

Finalmente no fue. En su casa viven cuatro personas y solo disponen de un sueldo. Es “imposible arreglar algo” por más que quieran y tampoco pueden pensar en mudarse, afirma. Los ingresos de la familia no lo permiten y además, la casa tiene un valor afectivo muy grande. “A mis padres les costó mucho levantarla, decía que se dejaban de comprar bragas para hacerla. Es una pena”. Su impotencia es porque le prometieron una solución para salvarla. Incluso le dijeron que el coste iba a asumirlo el Consorcio de Rehabilitación Turística de Puerto de la Cruz porque así estaba proyectado, “pero nadie hace nada”, insiste.

“Los turistas sacan fotografías porque les parece mentira que alguien pueda vivir en estas casas. Si las ves desde frente el lugar parece Sarajevo”, añade César. Aunque su caso es diferente porque “ha movido papeles” para intentar arreglar el inmueble en el que vive por su cuenta, la dificultad con la que se ha topado ha sido la misma: trabas burocráticas desde las diferentes administraciones, sobre todo, afirma, desde el Gobierno de Canarias. “El permiso me sale casi lo mismo que la obra, entre 10.000 y 12.000 euros”, dice.
Ese es el coste aproximado de los trabajos que necesita acometer y que consisten en reforzar el volado por fuera porque la vivienda se inclina cada vez más. “Aunque el Ayuntamiento no tiene competencias sí puede agilizar los trámites ante una administración superior”, sostiene. Cree que desde Urbanismo se puede hacer algo, “pero te mandan un papel para que te derives a Costas y tú hagas todo”.

También le han dicho que puede empezar la obra, pero él sabe que eso no es así y que el riesgo que corre es muy grande porque es necesario colocar un andamiaje especial para poder hacer los trabajos.

Sin embargo, ambos corroboran que otros vecinos han hecho obras y más grandes que las suyas y no han tenido tantos impedimentos, por eso no entienden que existan tantos inconvenientes.

César lleva tres años viviendo en Punta Brava. Su casa también está cargada de simbolismo porque fue el regalo de bodas que recibió su madre de la señora francesa que cuidaba. Sus padres vivieron allí hasta hace unos años porque el miedo los obligó a mudarse. Lo mismo hizo su hermana y sus hijos, que también tuvieron que irse, y ahora le toca a él. Sin embargo, no baja los brazos y deja claro que seguirá luchando “porque una solución tiene que haber”. Sobre todo, si se tiene en cuenta que gran parte de los inmuebles de Punta Brava ya fueron arreglados y encalados por el Cabildo de Tenerife hace muchos años, recalca.

Desde el mar se puede comprobar cómo las dos viviendas están llenas de huecos. “Por allí entra el viento y es terrible, se cae todo y las casas tiemblan. Cuando viene la lluvia fuerte con el viento palmero, se mete el agua y se llena todo de humedades”, indica César. Y es cierto que cada vez tenemos más miedo, pero si nos atenemos a eso no vivimos”, sostienen ambos.

Actuar para hacer el bien y ser felices

– El colectivo Vecinos Voluntarios de Punta Brava se formó hace un año pero desde hace dos ya comenzó a trabajar para mejorar las cosas en el barrio. No está dado de alta en el Ayuntamiento y sus integrantes tampoco se plantean hacerlo porque no quieren depender de las administraciones. Su único objetivo, recalcan, es “actuar para hacer el bien y que los vecinos sean felices”. Una de las primeras acciones que realizaron fue arreglar el acceso al charcón y enderezar la escalera dado que la última tormenta provocó importantes daños en el lugar. También compraron cuatro salvavidas aunque dos de ellos todavía no se han podido colocar porque las escaleras están cerradas. El colectivo tiene varios proyectos en marcha, acondicionar las zonas verdes del barrio, mejorar la plaza Manuel Ballesteros, arreglar la parte trasera y el techo de la ermita de la calle Víctor Machado, y pintar las fachadas de las viviendas de los vecinos con menos recursos.