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Este infierno no es nuevo – Por Teresa Cárdenes

A resultas de las elecciones autonómicas del 24 de mayo, Canarias se enfrenta a una polémica ciudadana sin precedentes sobre el régimen electoral por la manifiesta desproporción en el peso del voto de cada elector, dependiendo de la isla en que resida. Se trata de un debate recurrente tras cada cita electoral, que en esta ocasión resucita tras la imposibilidad de Ciudadanos de obtener escaño en el Parlamento autonómico, pese a los más de cincuenta mil votos que recaudó el domingo último. Un portazo en las expectativas electorales que ya sufrieron en parecidos o peores términos otras organizaciones políticas en el pasado, pero que ahora aflora con más irritación que nunca por el hastío de muchos electores ante la hipótesis de enfrentarse a una reedición de otro más de lo mismo en el Parlamento y el Gobierno, pese a los cambios de configuración que experimenta la Cámara autonómica. Y sobre todo, pese a la poderosa irrupción en las urnas de nuevas organizaciones nacidas justamente al calor de la indignación y la desafección con la llamada política ‘tradicional’.

Este infierno no es nuevo. Canarias lleva años como Penélope, tejiendo y destejiendo hipótesis de reforma del sistema o régimen electoral que nunca acaban de cristalizar o que duermen en los cajones durante meses o años, caso de la última propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía. Básicamente porque, aunque se desgañiten momentáneamente dependiendo de la renta de posición que les beneficie o perjudique en cada momento, ninguno de los hasta ahora grandes partidos ha mostrado una voluntad real de afrontar el gran reto del sistema electoral canario: ajustar la proporcionalidad del sistema para que ningún ciudadano se sienta excluido ni ninguneado. A ser posible sin ese mal tan típico de la política canaria: el comportamiento de partidos políticos que argumentan una cosa y su contraria, dependiendo como único factor de si están o no en disposición de compartir gobierno y cargos públicos. Esto es: la poltrona como factor excluyente de cualquier reforma del sistema electoral.

Con todo, la tarea no es sencilla, porque en cómo modificar el sistema confluyen mútliples factores: población, territorio, insularidad, pero también sentimiento o percepción del equilibrio, un intangible inseparable de la condición insular y fragmentada de Canarias, sin el cual es imposible afianzar una sensación saludable de unidad entre los habitantes de las siete islas. Estos días, el malestar por la evidencia de que miles de votos al Parlamento han caminado directamente a la basura ha colocado en el ojo del huracán el sistema de reparto de los 60 escaños del Parlamento autonómico, basado en la triple paridad: entre las dos provincias, entre las islas capitalinas y no capitalinas y entre las dos islas mayores. Es lógico que se reclame un sistema que no penalice a organizaciones capaces de recaudar miles de votos. Pero es muy desafortunado y totalmente injusto hacerlo por la vía de focalizar el problema sobre islas determinadas, caso de La Gomera, o mediante una frívola descalificación general de la triple paridad. Ni La Gomera tiene la culpa de las desproporciones, ni es sensato pedir dinamita para una voladura incontrolada de la triple paridad, máxime cuando nadie tiene ni la menor idea de cuál sería el modelo alternativo a un triple eje de equilbrios que, con sus luces y sus sombras, también ha hecho un gran servicio a la cohesión interna de Canarias.

Durante la historia autonómica, solo una vez se abrió la caja de Pandora del sistema electoral y se hizo con la intencionalidad de introducir un antídoto contra el insularismo radical: fue así, para evitar virreinatos insularistas incontrolados capaces de chantajear al resto de las islas, como nació la reforma que elevó al 30% y al 6% insular y regional, respectivamente, los mínimos de voto exigibles para obtener escaño en el Parlamento de Canarias. Es ahí, en los porcentajes, donde está la clave para evitar que muchos votos acaben literalmente en la basura. Y es ahí donde debería concentrarse la máxima energía en busca de un sistema equilibrado y eficaz. De no hallarse una alternativa razonable y generosamente consensuada, es probable que aquello que nació para cortarle los pies al insularismo radical se convierta paradójicamente en el más nutritivo de sus alimentos. Y esa paradoja no tiene tanto que ver con los territorios ni los censos, como con los sentimientos: la percepción de equilibrio, insoslayable si se pretende la unidad de siete sobre el mismo mar.

@teresacardenes