Se mire por donde se mire, los resultados de las elecciones del 24M constituyen un vuelco electoral de tomo y lomo, un cambio político sin precedentes desde la transición, un clarísimo giro del país a la izquierda, un sesgo histórico que no acaba con el bipartidismo pero rebaja sensiblemente su fuerza y marca el devenir español. Era esperado tal vuelco, pero sus efectos -con la ayuda de las redes sociales como elemento movilizador- han sido más profundos y van a incidir muy seriamente en la política municipal y autonómica -de la que prácticamente desaparecen IU y UPyD-, además de abrir la puerta a un posible y hasta hace poco tiempo impensable triunfo relativo de la izquierda radical en los comicios generales de fin de año.
Vista la ceguera y el inmovilismo de Rajoy y sus huestes del PP y si el PSOE no se pone las pilas de la inteligencia y el sentido de la responsabilidad, las votaciones del 24M se van a repetir, corregidas y aumentadas, en favor de Podemos y sus actuales acompañantes -ocasionales, forzados o voluntarios- en las candidaturas conocidas como “de unidad popular”, que han sabido conectar con las demandas de los electores en un muy inteligente ejercicio de prospectiva que seguramente se estudiará en las facultades de Políticas y Sociología.
Palo al PP y pactos difíciles
Las clases urbanas y los profesionales en general han rechazado al PP, por su abuso de la mayoría absoluta, su falta de humildad, la corrupción que le afecta y su distancia y frialdad hacia los más afectados por la crisis, que ha gestionado pésimamente, de espaldas a los ciudadanos y sin comunicar ni transmitir confianza ni ilusión. El PP ha perdido 2,5 millones de votos, por 700.000 el PSOE, en comparación con las elecciones de 2011, en las que ganó en 11 de las 13 autonomías y 3.771 de los 8.119 ayuntamientos (37,54% de los votos, frente al 27% de este año), por 2.300 del PSOE, al que dejó a diez puntos de distancia, que esta vez quedaron en dos y unos 400.000 votos menos. Resulta difícil cuantificar en sufragios lo logrado por Podemos ya que no se presentó con esa denominación, sino con distintas ‘marcas’ electorales, en tanto Ciudadanos no sobrepasó el 7%, muy por debajo de las expectativas. Por aproximación, puede estimarse que las dos fuerzas emergentes lograron alrededor del 21% de los votos del electorado, lo que no está nada mal.
Aunque siga siendo primera fuerza política en número de votos y pese a que ha ganado en nueve comunidades autónomas, salvo sorpresas por falta de acuerdo en la izquierda, el PP tendrá muy difícil gobernar en más de cuatro autonomías -Madrid, Castilla-León, La Rioja y Murcia-, por ocho del PSOE, y ello contando con el voto de Ciudadanos, ya que carece de mayoría absoluta en todas ellas. Los populares han perdido el inmenso poder municipal y autonómico de que disponían, pero éste no irá a parar sólo a los socialistas, sino que habrán de compartirlo con Podemos, en la práctica tercera nueva fuerza nacional.
La trampa de Podemos
Algunos acuerdos se presentan difíciles, sobre todo en Aragón y Comunidad Valenciana, por la insistencia de los seguidores de Iglesias en presidir ambas autonomías, pese a no haber logrado mayor número de votos, pero también se vislumbran problemas en Castilla-La Mancha e incluso en Extremadura. Podemos está jugando sus bazas con gran inteligencia, caso por caso, sin caer en el llamado ‘intercambio de cromos’; prefiere facilitar la investidura de los candidatos socialistas sin necesidad de sellar un acuerdo de legislatura o pactos de estabilidad, ni formar parte de gobiernos en los que no mande, ni gobernar -está por ver si por estrategia o por falta de cuadros capacitados-. Se trata de una postura cómoda, pero imposible de aceptar por el PSOE, salvo que esté emborrachado de poder, porque equivaldría a quedar en manos de la voluntad de Iglesias y los suyos.
Con las elecciones generales a siete meses vista, probablemente el PSOE esté interesado en alcanzar un pacto global sobre las listas más votadas, pero, ¿le conviene aceptar las condiciones de Iglesias, dadas sus posibilidades de pacto con otros actores? Lo digo porque hace un par de días se ha conocido el documento Posición de Podemos sobre las negociaciones postelectorales, en el que este partido señala que “si para desbancar al PP hay que llevar acuerdos puntuales de investidura, creemos que son necesarios, pero durante la legislatura nos encontrarán en la oposición para debatir cada propuesta, una por una, de forma que podamos poner encima de la mesa solamente nuestro compromiso con políticas justas y de progreso”.
Podemos quiere ser a un tiempo gobierno y oposición, estar en misa y repicando. Pero no desde posiciones o programas compartidos, sino utilizando -como siempre ha hecho- la vía del populismo oportunista e insustancial. Por eso ve en el PSOE no al aliado o al amigo, sino al “agente imprescindible de las políticas que abandonaron a la gente para rescatar a los bancos y que cambiaron junto al PP la Constitución para que los intereses de los bancos estuvieran por encima de los derechos de la gente”. No creo que semejante afirmación inspire confianza entre los socialistas. Por eso Susana Díaz reprocha a Pedro Sánchez su apoyo incondicional a la candidata que apoya Podemos para la alcaldía de Madrid cuando ese partido le pone a ella condiciones “inaceptables” para acceder a la presidencia de la Junta de Andalucía.
La señora Díaz no quiere un frente o un bloque anti-PP, ni en Madrid ni en el resto de España, y no sólo porque podría necesitar los votos o la abstención de los populares para gobernar en su comunidad, lo que desataría un verdadero terremoto en el seno del PSOE. La presidenta andaluza en funciones ha dicho ‘no’ a la pretensión de su secretario general de “todos contra el PP” al excluir de cualquier pacto al partido del Gobierno por la derecha y a Bildu (pero no a Compromis y a otros partidos extremistas e independentistas radicales por la izquierda). En la misma línea que la dirigente andaluza se encuentran históricos del partido como Solchaga, Almunia, Bono y el propio González. Porque una cosa es facilitar acuerdos y consensos de gobernabilidad y estabilidad en las instituciones del país en defensa de los ciudadanos y del interés general y otra muy distinta aupar al poder a minorías radicales antisistema que cuestionan la transición y el régimen del 78 y, con medidas inaceptables en el mundo al que España pertenece, pretenden cargarse la Constitución y los valores que han sostenido durante casi 40 años el más largo periodo de paz y prosperidad del país.
Aislar a los populares
Los mercados, los empresarios, las agencias de calificación y los analistas internacionales han subrayado estos días que el país necesita estabilidad y confianza política para consolidar su recuperación y encarar los gravísimos problemas pendientes. La fragmentación partidaria y el avance de la izquierda radical que dejan las elecciones del 24-M no parecen las mejores señales, como han recogido ya la bolsa y la prima de riesgo, para impulsar la recuperación económica y la creación de empleo desde presupuestos basados en la racionalidad y el control de las cuentas públicas.
Se equivoca Pedro Sánchez si trata de negociar en pie de igualdad con Podemos -que en ninguna autonomía ha superado en votos a los socialistas- y dejarse acompañar por otras fuerzas convergentes de la izquierda leninista más radical y ultamontana. La socialdemocracia es centralidad, modernidad, reformismo, moderación, no populismo, fanatismo, demagogia, cambio radical o antisistema. Hoy por hoy, el PSOE está más cerca de Ciudadanos y del PP que de Podemos, que le puede aplicar el abrazo del oso a poco que se descuide, y sus teóricas revoluciones de salón y despacho.
Desde esta perspectiva, el secretario general del PSOE se equivoca al no contar para nada -pero para nada, en absoluto- con el PP, en ‘plan cordón sanitario’ o Pacto del Tinell y descalificarlo sistemáticamente por ver en él a un partido no adversario sino enemigo o apestado al que hay que expulsar del juego democrático.
Junto con los socialistas, los populares han ocupado la centralidad del sistema y se han alternado en el poder en un ejercicio bipartidista todo lo imperfecto que se quiera pero que ha dado al país grandes frutos estabilidad y de progreso. Eso es lo que le convendría mirar, sin desdeñar naturalmente el dictado inapelable de las urnas y los deseos de cambio sin paliativos expresados por el pueblo español.