Según dicen los entendidos en protocolo, el tratamiento exclusivo de “magnífico” asociado al cargo del rector procede de la intención laudatoria de incluirlos en la misma categoría que la nobleza, la Iglesia y el ejército; hasta que en el siglo XVIII quedara exclusivamente reservado a la máxima jerarquía académica, para expresar su condición de depositarios del magnificus latino.
Desde un punto de vista más general la cualidad de magnífico se otorga a quien destaca por sus buenas cualidades o quien causa admiración por su grandeza, excelencia, generosidad y perfección. En el caso de Eduardo Doménech el tratamiento de magnífico le viene no solo por haber ostentando el alto honor de dirigir nuestra bicentenaria institución lagunera, sino por ejercer ese liderazgo “magníficamente”.
Y esto lo afirmo desde toda la objetividad que me confiere el trayecto recorrido y el proyecto compartido desde finales de 2006 hasta el próximo día en el que pasará a ser exrector. Sí, objetividad porque hace algún tiempo que la psicología ha descubierto el valor de las emociones para el discernimiento de lo relevante en la vida de los humanos. Posiblemente sea la amistad la mejor plataforma afectiva desde la que mirar con la altura necesaria para apreciar la profundidad de los acontecimientos y de las personas que los protagonizan.
Porque ¡qué injusta es la memoria humana cuando se enfoca desde la miopía del a corto plazo! O peor todavía cuando se selecciona de ella lo que interesa al simplón e interesado discurso electoralista. Espero que con la distancia de algunos años la figura del rector Doménech se ubique en su justo lugar.
Con todo el respeto a las personas que han ejercido el cargo, creo que Eduardo (y es la primera vez que me refiero a él por su nombre desde que ganamos las elecciones en el 2007, no sé por qué dichoso habito supersticioso) ha sido el mejor rector de la etapa democrática de nuestra institución. Y hago alusión a ese trozo histórico porque es el que he vivido primero como alumno inquieto, y posteriormente como profesor comprometido en política universitaria.
Podríamos aportar una interminable relación de evidencias que avalan esta afirmación. Muchos han sido los méritos para apreciar la evolución, la mejora, y el afrontamiento eficaz de los graves problemas y restricciones que hemos sufrido, sobre todo en los últimos años. Tantos han sido los logros que haría falta otro formato para relacionar la crónica detallada de lo que han sido dos mandatos de puro trabajo y compromiso con la ULL y la sociedad canaria.
Pero si tuviese que seleccionar uno de ellos me quedaría con la imagen aún grabada en mi retina de los dos rectores canarios defendiendo en Madrid la candidatura de campus de excelencia. No solo por haber obtenido esta calificación de mérito internacional, sino por lo que simbolizaba a muchos niveles: normalización de las relaciones entre las dos universidades públicas canarias, alianza estratégica entre ellas para competir al mismo nivel que el resto de las universidades españolas, inversión en autoestima para los universitarios y para la sociedad canaria… Y un largo etcétera que después de cinco años de su concesión sigue dando frutos en el ámbito de la investigación, la transferencia de conocimiento y el desarrollo institucional.
Errores, algunos. Posiblemente nos equivocamos en ser respetuosos con la reclamación de la Facultad de Psicología de depurar responsabilidades entre quienes vertieron falsedades en contra del personal de administración de su secretaría. Puede que también errásemos al mantener el dictamen del servicio de inspección y del instructor del expediente disciplinario por encima de las presiones políticas internas y externas, para que mirásemos hacia otro lado. Hubiera sido más fácil otorgarle el privilegio a los que utilizando un perverso sentido de la libertad de expresión (por mucho que lo contradiga el juzgado, también tiene derecho a equivocarse dejándose influir más por la ideología que por los hechos) jugaron al “a ver si te atreves”, y a querer situarse así por encima del resto de los mortales universitarios. Pero nos pudo más la coherencia y el principio de igualdad, y caímos en la trampa de otorgarle un protagonismo a quienes buscaban instaurar la lógica interesada y mediática de verdugos, víctimas y salvadores.
Otro fallo, ¿qué necesidad teníamos de poner “patas arriba” la ULL con las fusiones de centros y departamentos? Con lo cómodo que hubiera sido el final del segundo mandato dejándolo todo como está, y que fueran otros los que asumiesen los desequilibrios estructurales de nuestra universidad que limitan con mucho su gobernanza, ¿verdad? Pero nos pudo más el sentido institucional y el principio de eficiencia, y caímos en el idealismo de pensar que el “lado oscuro” entendería los beneficios, no solo económicos sino funcionales, que para la casa tenía esta reordenación interna. Ingenuo de nosotros. Pero para más inri, ¡quién podía esperar que hasta una parte de los “amigos” lo utilizasen deslealmente como argumento a favor de sus intereses de poder!
Ahora toca mirar al futuro desde otra posición bien distinta. Sin la presión de la toma de decisiones que afectan a muchos, sin la urgencia de resolver los problemas de los demás, y sin la falsa compañía de los aduladores y los traidores. ¡Qué alivio! Solo con la conciencia tranquila de haber trabajado para el bien común y el progreso de nuestra universidad, y con el privilegio y la satisfacción, entre muchas otras que sobresalen por encima de los sinsabores, de haber colaborado caminando junto a un amigo, el “magnífico rector magnífico” Eduardo Doménech.
*Profesor de Psicología Educativa de la UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA