por qué no me callo >

La mayoría de edad del voto – Por Carmelo Rivero

Las campañas electorales tienen callos en los pies (aunque cada vez son más gandules los candidatos, con el pretexto digital). Las encuestas electorales tienen los pies descalzos (y de barro), por si las urnas desmienten sus predicciones y deben escurrir el bulto de puntillas sin hacer el menor ruido, como en Reino Unido, donde se preguntan si la demoscopia despidió al oráculo bueno y contrató al malo como hizo la crisis con las profesiones de cierto nivel. Rilke decía en las Elegías de Duino, sobre los ángeles, que “lo bello no es sino el comienzo de lo terrible”. El precipicio del paraíso tentó a Podemos y esta es la hora en que Monedero es el ángel caído que va contando los trucos del mago Pablo Iglesias como si un ángel apóstata traicionara la buena fe de Dios y nos revelara los arcanos de sus milagros. “Los ángeles son terribles”, remacha el poeta. Los ángeles del 15-M, que anhelan asaltar los cielos, cumplen cuatro años, que es la edad de mi hijo, una legislatura. Son los cachorros de la Red concentrados en la Puerta del Sol y otras plazas públicas, que tendieron su indignación mojada al calor de aquel librito del abuelo Hessel, colgados de dos perchas: regeneración y transparencia; las dos máximas de nuevo cuño de la política española. Sin los desahucios quizá habría tenido otro cariz; pero se dieron las condiciones favorables para que la calle hirviera flameada de pancartas, aunque no fuera mayo, entonces, tan canicular como este mayo electorero que airea sus trapos sucios y se autoodia de un modo tan español, como acierta Félix de Azúa. Y, en efecto, hubo desahuciados y preferentistas, que era como echar leña al fuego. Mi hijo no sabe aún que nació en esa generación del cambio de ciclo en busca del unicornio; tiene el iPad en las manos, que es un arma cargada de futuro, y su voto, mañana, no será de papel, sino, acaso, virtual, dado el Génesis de Steve Jobs, una deidad creadora para estos chicos que refundarán todo lo que pillen y harán lo que les dé la gana con nuestra herencia, incluido el sentido que le damos a la papeleta todavía este domingo. En las postrimerías del mundo que conocemos es admirable el instinto de conservación de la especie. Rajoy es un tradicionalista convencido que desafía a los podemos de derechas, los Ciudadanos, con ese especismo: “A mí no me da miedo nadie”. Y resulta elocuente sustentando su optimismo en una inercia de flecha de las cifras evidentes: los datos económicos le sonríen y a España no la conoce ni la madre que la parió, como dijo Guerra, si pensamos en 2012, el annus horribilis de la prima de riesgo en 600 puntos básicos y la espada de Damocles del rescate sobre la cabeza del registrador de la propiedad. Pero una buena inercia no basta. En su sin fin, la flecha cae.

El bipartidismo flota en medio de la tormenta (como “resiste la flecha a la cuerda”, también de Rilke, a sabiendas de que “no hay permanecer en parte alguna”). PP y PSOE, demasiado grandes para caer (too big to fail), temen el mal del náufrago y la flecha: quedarse sin fuerzas. La experiencia está por ahora de su parte. Hay ejemplos de astros duraderos. El bonachón y mayestático B. B. King, de 89 años, dejó esta semana viuda a Lucille, su guitarra legendaria, y huérfanos a los afroamericanos que se auparon a la grupa de su música en la resaca de la esclavitud. Él era la corona del blues y un líder adorado por negros y blancos, que han acabado enfrentándose en Ferguson y Baltimore por los crímenes policiales. Era un ídolo de jóvenes y mayores, lo necesitaban. En España, en cambio, penaliza la edad. El B. B. King. de la política sería, de continuar vivo, un octogenario Adolfo Suárez, bautizado (Guerra, de nuevo) como el tahúr del Mississippi, pero dudo que siguiera en activo (me acuerdo ahora, sin embargo, de un suarista de 82 años como Olarte, que sí lo está). A Albert Rivera le ha salido respondona una abuela alcaldable en su partido: “Cuidado con menospreciar a los mayores”, amonesta al líder la profesora de francés y periodista Ofelia Martínez, de 83 años. Cierta ola hesseliana contrasta con el culto repentino al acné y la bisoñez. Con 97 años y la cabeza en su sitio se presenta Tomasa Delmás en UPyD, con nietos y bisnietos para dar y tomar, y no se siente el cisne negro de estas elecciones. La tasa de vejez dominará el voto y ese es para la nueva política el reto de su mayoría edad.