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El pequeño Abou: no hay justicia sin piedad – Por Teresa Cárdenes

Hay fotos que son como un disparo directo al corazón. Así es la foto, pero también la historia, del pequeño Abou, el niño de 8 años al que sus padres trataron sin éxito de introducir en España dentro de una maleta portada por una ciudadana marroquí. La foto de ese menor en posición fetal, escaneado por los rayos equis de la frontera española en Ceuta, ha dado la vuelta al mundo y desde luego a todo el país. Pero si la foto duele, probablemente aún duele más conocer los detalles de la historia que apareció detrás. La historia del otro Abou, el padre que se desloma desde hace años en Fuerteventura y para el que 40 euros al mes eran la frontera inabordable que le impedía vivir con su hijo pequeño en el territorio al que emigró.
Más de sesenta mil españoles han firmado ya la petición activada en Change.org para que Abou padre recupere la libertad. La libertad de la que tuvo que prescindir cuando, al poco de que los guardias civiles de Ceuta comprobaran alucinados la presencia de su hijo de 8 años escondido en una maleta, fue detenido y encarcelado por la presunta comisión de un delito de inmigración ilegal. La petición que recorre España a bordo de la plataforma de Change.org implora a la Fiscalía la liberación de Abou, precisamente porque está acreditado su arraigo en Canarias y la evidencia de que fue la desesperación la que le llevó a pisar la línea roja en un desquiciado intento de cruzar la frontera. No es evidentemente una papeleta fácil para la Justicia, como no suelen serlo nunca aquellas decisiones tras las cuales solo laten los sentimientos, las tentaciones o las tragedias más elementales y básicas del ser humano, en este caso la impotencia de saber que un hijo enferma y languidece en la distancia y enfrentarte al callejón sin salida de un requisito económico que no puedes cumplir. La ley, obviamente, ha de ser igual para todos y la Justicia no puede permitirse ningún signo de debilidad ante las mafias que trafican con seres humanos. Menos aún si, en el curso de la consumación del delito, son capaces de poner en riesgo la vida de un niño de 8 años por la vía de empaquetarlo literalmente dentro de una maleta. Y muy mal precedente sería aquel que pareciera consentir un acto tan peligroso y demencial como el de exponer a un menor al riesgo de una asfixia letal atrapado sin remedio ni escapatoria posible en el interior de un trolley.
Pero no es menos cierto que no hay concepto de justicia sin piedad. Y que solo desde el absoluto autismo o la absoluta insensibilidad podría admitirse que un padre arrastrado por la desesperación hasta el territorio en que operan las mafias pague ahora con la cárcel el intento de rescatar a su hijo y reunir a su familia. Canarias conoce muy bien el código genético de la inmigración irregular. No en vano, vivimos con estupefacta impotencia aquellos años terribles en que el océano dejó de ser simplemente un horizonte azul para convertirse en un cementerio devorador de vidas, de sueños y de futuros. Cuando Europa se conmueve hoy con los nuevos dramas de naufragios con muertes masivas en el Mediterráneo, a los canarios lo que nos viene a la cabeza son aquellas pavorosas imágenes de cuerpos inertes de niños ahogados junto a la orilla, de madres que llevaban el pánico incrustado en los ojos o de jóvenes que un día fueron atléticos y que acabaron sus días amontonados como marionetas rotas en el rincón de un cayuco a la deriva. Los cadáveres sin nombre de muchos que pueblan los cementerios y de otros muchos perdidos para siempre en el mar. Las vidas truncadas por la desigualdad. La evidencia dolorosa del nuestro fracaso como humanidad.
Ahora, el pequeño Abou y su padre vienen a recordarnos que, aunque miremos para otro lado, ese drama latente sigue exactamente donde lo habíamos dejado, incluso empeorado ahora por el horror del integrismo radical que anida y crece en los países más pobres de África y que empieza golpeando siempre el eslabón más débil: los más desvalidos del planeta. Por eso es inevitable y necesaria la piedad. Por eso y porque nadie merece que entre un padre desesperado y un niño enfermo de paludismo se levante una barrera infranqueable de 40 miserables euros al mes.

@teresacardenes