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Un taller para aprender a vivir

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Algunas participantes de un taller de la Asociación Solidaridad con Madres Solteras de Añaza. | FRAN PALLERO

SARAY ENCINOSO | Santa Cruz de Tenerife

No hay estadísticas que hagan oficiales las percepciones que tienen algunos vecinos de Añaza. A simple vista parece que las mujeres son madres siendo muy jóvenes, en muchas ocasiones antes de concluir sus estudios, que es algo que tiene que ver con el contexto social y económico de uno de los barrios más deprimidos de Santa Cruz, y que eso acaba condicionando su futuro. Es posible que suceda porque sus madres hicieron lo mismo, pero no hay cifras que certifiquen esta realidad. No obstante, desde 1985 en el barrio funciona la Asociación Solidaridad con Madres Solteras de Añaza, una ONG creada por un grupo de madres solteras para ayudar a quienes lo estaban pasando peor. En 1998 un nuevo equipo se hizo cargo de la gestión y aún lo hace. En este tiempo ha logrado -gracias a subvenciones y sin presupuestos estables- mantener la estabilidad. Su función ha ido cambiando: ahora abarca familias monomarentales, mujeres y niños. Desde que empezó la crisis, la afluencia de mujeres se ha multiplicado. Solo en lo que va de año han sido atendidas gratuitamente 233, casi todas en más de una ocasión y por distintos motivos. La mayoría no tiene estudios ni empleo, pero sí cargas familiares y un horizonte complicado.

[sws_pullquote_left]El 91% de las usuarias de la ONG recibe algún tipo de prestación social[/sws_pullquote_left]

Reyes es una de esas mujeres. Hace tres años se quedó sin trabajo y desde entonces acude regularmente a los talleres que se imparten en la asociación. El jueves le tocó el de autoestima, su preferido. Tiene 47 años y ya es abuela. Se quedó embarazada por primera vez con 16 años. Cuando su bebé cumplió nueve meses, su padre -“solo tenía 37”- murió y ella tuvo que ponerse a trabajar para sacar adelante al recién nacido, a su madre y a sus hermanos pequeños. Se convirtió en la cabeza de familia de un día para otro y no paró de trabajar hasta que la crisis la expulsó del sistema. En 2012 se quedó sin trabajo y pasó de cobrar hasta 1.800 euros haciendo horas extra en una empresa subcontratada por harinas Comeztier a depender exclusivamente de ayudas estatales. Se le rayan los ojos cuando cuenta lo duro que fue tener que hacer cola para conseguir comida o llamar a su expareja para pedirle que se hiciera cargo de su hijo más pequeño, que hoy tiene 26 años y estudia en la Universidad. “Me costó pedir, verme en una cola. Mi vida ahora es una noria: antes no sabía ni lo que era la ansiedad y hoy estoy todo el día a base de pastillas. Pero antes era como la tuya, como la de cualquiera: yo tenía dinero no solo para que a mis hijos no les faltara de nada, sino para salir a tomarme una copa un viernes por la noche o incluso irme de vacaciones de vez en cuando”. Recuerda que muchos días la jornada laboral se prolongaba durante 12 horas, pero que las hacía con gusto sabiendo que así su familia podía vivir bien. Escuchar y aprender de Jeisy, la psicóloga que se encarga de la formación en la ONG, ha sido fundamental para no desistir. “Ella me ha ayudado más que las consultas de mi psiquiatra”, admite. Sigue sin ser fácil -“hay días que no salgo de casa, que lo único que hago es cambiarme de pijama”-, pero no deja de intentarlo. Hoy solo cobra los 400 euros de la PCI, y su hijo, el más pequeño, le lleva comida cuando va a almorzar a su casa. “Me llama el día anterior para preguntarme qué necesito. Compra algo y viene”. “A mi nieto solo lo veo a principios de mes, cuando cobro la ayuda”, dice con la voz entrecortada.

[sws_pullquote_right]En 2014 se prestó asistencia a 1.029 personas, entre progenitoras e hijos[/sws_pullquote_right]

Begoña es otra de sus compañeras de taller. Alaba el interés y la dedicación que pone la psicóloga. “Se implica demasiado en nuestros problemas”. Siente el mismo miedo por el futuro: “Cuando se nos acaben las ayudas, ¿de qué vamos a vivir?”, se pregunta.

Jeisy reconoce que lo más difícil es conseguir que todas las mujeres tomen las riendas de su vida. “La mayoría solo tiene la Primaria, algunas no han trabajado nunca y otras solo en la economía sumergida”, cuenta. “El empoderamiento de la mujer es lo más importante y lo que más cuesta”. Para eso, “damos talleres para elevar la autoestima, sobre resolución de conflictos y para afrontar el estrés o la ansiedad”. La presidenta de la Asociación, Sylvia Lorca, está totalmente de acuerdo en que una de las prioridades es que ellas consigan valerse por sí mismas. “Hay que acabar con esa relación que las hace dependientes, ya sea de un marido o de las subvenciones”. Por eso, en la ONG también les enseñan a prepararse para una entrevista, a elaborar el currículum o a introducirlo en las plataformas digitales de búsqueda de empleo, además de a gestionar las ayudas que pueden solicitar. Para muchas usar un ordenador no es tarea sencilla.

La falta de ayudas públicas ha hecho que ya no tengan recursos para atender a las víctimas de violencia de género, pero eso no quiere decir que entre las mujeres que frecuentan la entidad no haya. “Lo que hacemos es derivarlas a los servicios especializados, pero siguen viniendo aquí a otros talleres”, explica Lorca. Es clave que crean en ellas mismas, entre otras cosas para evitar “los nuevos” casos de violencia doméstica -física o psicológica-. Muchas encuentran más dificultades para separarse del agresor por la dependencia económica, que, por la crisis, hoy es mayor, lamenta la presidenta. Por fortuna, algunas consiguen insertarse en el mercado laboral. El escenario económico hace que sea más complicado aún, pero Lorca es optimista. Asegura que en los últimos meses se ha notado más movimiento y que llegan más ofertas de empleo. “Lo más difícil es cuando los niños lo pasan mal”, admite la presidenta.

[sws_pullquote_left]La entidad sobrevive gracias a ayudas públicas y privadas, pero sin presupuesto estable[/sws_pullquote_left]

Los dos grandes obstáculos para acceder a un trabajo son la dificultad para acreditar la experiencia -muchas apenas han tenido contratos aunque hayan trabajado- y la edad. “Cuando ven que tienes más de 40 parece que no vales; no te llaman. La experiencia ya no importa, solo quieren a chicas jóvenes, que no hayan pasado los 35, como mucho”, se lamentan Begoña y Reyes.

Durante el curso, y en horario de tarde, la asociación también atiende a los más pequeños, que tienen a su disposición al logopeda y actividades de refuerzo académico. Cuando llega el verano los horarios se invierten y las clases para los niños se trasladan a las mañanas. Uno de los objetivos de la asociación es reducir las elevadas cifras de fracaso escolar. Los menores que viven en familias con más dificultades tienen más posibilidades de no terminar su formación y acabar repitiendo los mismos roles que sus progenitores. De ahí que en esta asociación combinen todas las variables: prestan un servicio integral a las familias monomarentales para prevenir casos de marginación social, orientan a las mujeres para insertarse en el mercado laboral y batallan para mejorar la autoestima. Todo esto lo hacen desde la sede que tienen en la rambla de Añaza, pero también acudiendo voluntariamente a los institutos que lo demandan para dar charlas sobre prevención de violencia de género. Se trata de romper el bucle, de demostrar al mundo que el futuro no está escrito. En la Asociación Solidaridad con las Madres Solteras de Añaza tienen muy claro que seguirán batallando para que ellas tengan las herramientas necesarias para cambiar su presente. Las voluntarias, que trabajan a diario de 8.00 a 20.00 horas, han conseguido ya lo más importante: ganarse la confianza. Y no es fácil. Estas mujeres albergan pocas esperanzas. No creen que las elecciones de ayer sirvan para mejorar su situación. “Cambiará el gobierno -dice Reyes-, pero todo el que llegue va a seguir robando: los ricos serán más ricos y los pobres más pobres”. Ellas tienen, al menos, la suerte de contar con un sitio al que acercarse cada mañana en busca de alguien que las escuche y que las oriente. No saben qué ocurrirá en el futuro, pero en la Asociación les enseñan cada día a no rendirse. “Cuando veo a niñas tan jóvenes embarazadas me entra una tristeza…”, concluye Reyes.

[sws_grey_box box_size=”620″]El perfil de la usuaria
No todas las mujeres acuden a todos los talleres, pero hay un perfil de usuaria que predomina. Según la memoria de la asociación, un total de 1.029 usuarios (incluyendo tanto a madres como a hijos) recibieron asistencia en 2014. En su mayoría se trató de mujeres de entre 21 y 45 años: la mitad eran solteras, el 94% tenía al menos un hijo y la mayoría no estaban formadas -solo el 33% se había sacado el Graduado Escolar y el 35% no había acabado la enseñanza primaria-. El 91% eran receptoras de prestaciones sociales y el 81% estaban desempleadas, cifras que evidencian la enorme dependencia de ayudas que mantienen. Para poder atenderlas, la asociación cuenta con la ayuda del la obra social de La Fundación La Caixa, la Fundación CajaCanarias, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, el Servicio Canario de Empleo, Radio Ecca y el Instituto Canario de Igualdad.[/sws_grey_box]