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Un toque de color – Por Salvador García

“Si Marcos Baeza Carrillo entrase y viera el trabajo de Rafa, diría que sí, que este es el color que captó mi retina”, dijo el historiador Eduardo Zalba González, dirigente del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), cuya sala de arte Eduardo Westerdhal acoge desde el pasado sábado la exposición Puerto de la Cruz. Un toque de color, una colección de veintisiete fotografías con la que da contenido a la vertiente cultural de las fiestas fundacionales y se rinde tributo a Marcos Baeza Carrillo en el primer centenario de su fallecimiento. La idea original y el retoque digital correspondiente son de Rafael Afonso Carrillo, un autodidacta de la fotografía que se revela como meticuloso especialista en técnicas digitales de perfeccionamiento de imágenes.

No le faltaba razón a Zalba. En realidad, las fotos pasaron de las redes sociales -donde el número de visitas y los Me gusta no han hecho más que multiplicarse- a las paredes del IEHC, continuando de alguna manera el quehacer artesano de la fotografía que llevaron a cabo la hija, nieto y bisnietos. Trabajó sobre obras del propio Marcos Baeza, de su bisnieto Imeldo Bello Baeza, de Antonio Passaporte, de Fernando Baena y de Carl Norman. La selección de veintisiete fotos, comisariada por Lhorsa, algunas de ellas inéditas, debió ser complicada entre más de doscientas que han circulado por la red para deleite de nativos que hacen uso de la licencia para la nostalgia y establecen inevitables comparaciones y de visitantes que alguna vez contemplaron estampas y rincones portuenses de los que quedan estos vestigios gráficos.

El recorrido que se inicia en ese lugar mágico que es el Peñón del Fraile propicia redescubrir el Puerto de antaño, aquel “espolón lleno de casas” que se fue mar adentro. Calles que no había o no lo eran del todo -Mequinez, por ejemplo-, pues el oleaje atlántico acababa donde unos tarajales resguardaban bajíos y plazoletas abanderadas con araucarias. Oportunidad, desde luego, para contrastar el crecimiento sobre el mar, siempre la mano del hombre desafiándolo. Y el acantilado sobre el que se forjó el desembarcadero de El Penitente. Y las perspectivas de la céntrica calle San Juan. Y los platanares bordeando las vías arenosas o sin asfaltar. Y la marea convertida en monótono paisaje pero que siempre decía algo. Y el Taoro, generoso anticipo del esplendor turístico de la ciudad. Y las techumbres, los caminos angostos, los miradores o las edificaciones que han sobrevivido al imparable desarrollismo. Hasta banderas republicanas, en sus mástiles lejanos del objetivo, ha refrescado Afonso con su técnica colorista, próxima a la filigrana.

Así, la gente que aún no accede a las redes sociales tiene una excelente oportunidad para apreciar lo que es suyo, lo de todos, esos valores patrimoniales, los encantos naturales, lo que se conserva y la personalidad urbanística del municipio. Rafael Afonso proporciona un toque de color al paisaje urbano y a su evolución hasta recrearlo con un aire de singular pintoresquismo que la retina de Baeza Carrillo, según Zalba, hubiera agradecido y hubiera aprobado, acaso porque esa técnica y ese esmero han mejorado los originales y han hecho pensar que aquel Puerto de entonces era acreedor de abrirse a una sinfonía polícroma como la que se brinda en fechas llamadas a enriquecerse con iniciativa e inquietud cultural.