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Alcaldes y revolución – Por Luis del Val

He escuchado y leído algunas de las intenciones que animan a alcaldesas y alcaldes que todavía no lo son, y advierto una enorme confianza en que desde su sillón vayan a llevar a cabo una revolución en la sociedad. Lejos de mi intención enfriarles el ánimo, pero desde una alcaldía es muy difícil promover el asalto al Palacio de Invierno, y ya no te digo reformar la Ley Hipotecaria, aunque haya habido algunos casos dignos de respeto histórico. Por ejemplo, el 2 de mayo de 1908 los alcaldes ordinarios de Móstoles, Andrés Torrejón y Simón Fernández, redactaron un bando declarando la guerra a Francia, pero fue redactado por Juan Pérez Villamil, que se encontraba en Móstoles, y don Juan era auditor general y secretario del Consejo del Almirantazgo. Fuera de esa hazaña, sólo nos queda la ficción del teatro, y Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, que se las tuvo tiesas con el representante del rey… pero en el escenario del teatro. En general, y salvo líricas excepciones, la gente no pretende que el alcalde le cambie la vida, sino, como mucho, que no se la estropee, es decir, que se recojan las basuras, que el niño tenga plaza en una escuela próxima a su domicilio, que no haya más gamberros de los que permite la cuota europea, y que los autobuses lleguen a las paradas. Entiendo el entusiasmo ideológico, sobre todo en personas no acostumbradas a administrar el presupuesto, pero una de las realidades más evidentes es descubrir que el presupuesto siempre se queda corto. Y tienes que elegir. Si te gastas mucho en parques y jardines no hay dinero para las bibliotecas, y si te lo gastas en bibliotecas no puedes cambiar los apestosos y viejos autobuses. También puedes subir ¡todavía más! el Impuesto de Bienes Inmuebles y cabrear a los propietarios de pisos… que son el 85% de los ciudadanos, que te esperarán en las próximas urnas. Comprendo que no es épico, pero también los periodistas misacantanos piensan que van a cambiar a la sociedad hasta que los destinan a la página de economía y se aburren en las juntas de accionistas de los bancos.