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Antes de empezar, incumplir – Por Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca

Ha sido la semana del diálogo a todo meter, de las reuniones a diestro y siniestro entre representantes de distintos partidos y agrupaciones electorales para alcanzar acuerdos y consensos varios. Se echa encima el sábado 13 y, en esta primera fase, es preciso acabar cuanto antes con las posibles discrepancias, para acudir ese día a los ayuntamientos y llevar bajo el brazo un pacto cerrado y bien cerrado del que emane la figura del alcalde y un reparto de poder municipal que satisfaga a quienes están llamados a defender, durante los próximos cuatro años, los intereses de los ciudadanos en barrios, pueblos, ciudades y regiones. Pero ha sido también una semana de protestas, contestaciones y discordias varias. Primero, por los rescoldos que dejó la enorme pitada que recibieron el himno nacional y el Rey, que va a dar paso a la creación de una figura penal que proteja el debido respeto a las instituciones y los símbolos nacionales; y después por el escándalo mayúsculo que ha estallado en el corazón de la FIFA, ese organismo que rige el fútbol mundial bajo el síndrome permanente de la sospecha y el oscurantismo. Existe una cierta y lamentable equivalencia de acontecimientos ya que esa opacidad en el llamado deporte rey no es menor que la que reflejan las reuniones políticas de estos días. Frente a las promesas electorales de transparencia y luz y taquígrafos -sobre todo de los grupos emergentes, es decir, Podemos y Ciudadanos- para que la ciudadanía gane confianza en sus representantes y en la prometida regeneración política, los hechos, siempre tozudos e indiscutibles ante la efímera voz de la palabra, vienen demostrando lo contrario.

El secretismo, la reserva, la ocultación y, cuando menos, el disimulo y el encubrimiento son la nota común de conversaciones, encuentros, almuerzos y cenas. En tal sentido, Nuevas Generaciones del Partido Popular ha difundido en las redes sociales un vídeo titulado Donde dije Pedro digo Pablo con el que denuncia la “hipocresía” del secretario general socialista, Pedro Sánchez, y de su homólogo de Podemos, Pablo Iglesias, por su actitud antes y después de las elecciones. Prefiero dejar de lado las frases de descalificaciones y ataques que se lanzaban ayer y los elogios y alabanzas que se dirigen hoy en lo que parece una comunidad de intereses por desplazar al PP del juego de los pactos. Todo un poema de ignominia y falsedad.

Me complace destacar una excepción ejemplar: la del candidato socialista a presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, quien en un ejercicio de transparencia y claridad ha difundido la cinta de audio y vídeo de la reunión que celebró con su homólogo de Podemos, Álvaro Jaén. En la cinta se habla de planes contra la pobreza, problemas sanitarios, educación, creación de empleo, etc. y a mi juicio constituye un ejemplo magnífico de la diafanidad que debe acompañar el ejercicio de la política. ¿Se imagina el lector que aquí, en Canarias, se hicieran públicas las cintas de las distintas reuniones de las comisiones negociadoras CC-PSOE? ¿Temerían acaso los interesados que el pueblo soberano conociera las propuestas respectivas ante los pactos postelectorales? Claro, resulta menos comprometido hablar a los periodistas de lugares comunes, incluso de cuatro cosas pactadas de antemano, que entrar en detalles sobre algunas inconfesables ambiciones de poder o acerca del practicado intercambio de cromos y de repartos de conveniencias e intereses.

Lo que negocian ahora los partidos es, más que importante, trascendental. Por no salir del ámbito canario, CC y PSC están hablando de un pacto en cascada, es decir, que va desde el Gobierno a los ayuntamientos, pasando por los cabildos y las grandes instituciones autonómicas. No es moco de pavo, como diría un castizo, y por eso precisamente no es bueno que impere el secretismo. Sería comprensible una cierta discreción en aquellos asuntos de especial delicadeza, pero de ahí al mutismo o la ocultación media un largo e inaceptable trecho que alimenta la desconfianza de la ciudadanía, siempre con derecho a saber y conocer lo que piensan y acuerdan sus representantes. Eso de difundirlo cuando ya todo está metido bajo candado no resiste el menor análisis democrático. Si los políticos quieren cambiar, tienen que empezar por el principio.

Concejales y consejeros de cabildos y del Gobierno están llamados a gestionar y resolver los problemas de la comunidad, la isla y el municipio respectivo. Su papel principal se centra en dar estabilidad a las instituciones, administrar los recursos y mantener las inversiones atendiendo las prioridades y necesidades de la ciudadanía en un escenario económico aún difícil. De ahí deviene su responsabilidad para no caer en populismos ni hipotecas absurdas de juegos partidarios; es preciso seguir reduciendo el déficit, para que no se vayan de las manos los exigentes objetivos de la Unión Europea en orden a la consolidación fiscal, y para facilitar la recuperación de la economía y el empleo. No se puede disparar irresponsablemente el gasto público, como postulan algunas formaciones de corte radical, al olvidar nuestra pertenencia a la UE y los compromisos adquiridos.
Digo esto porque los mercados siguen temerosos ante la evolución de la situación política española dada la presencia de Podemos, con candidaturas de izquierda radical y neocomunista, en varias comunidades autónomas y grandes ayuntamientos, pero también por la obsesión de Pedro Sánchez para sacar al PP de la centralidad del sistema y pactar con su principal adversario según lo proclama Pablo Iglesias, sobre todo para las elecciones generales de fin de año. Ninguno de los dos grandes partidos europeos -socialistas y populares o democristianos- ha pactado nunca con populistas o radicales, ya sea en Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y países nórdicos, etc.; prefieren perder el poder o compartirlo entre sí, antes que traicionar a sus votantes. Por eso sorprende la actitud de un secretario general empeñado en obtener cotas de representación política agarrándose a su principal y verdadero competidor -que es Podemos, pese a la ceguera de Pedro Sánchez- y a grupos más radicales aún en una carrera hacia ninguna parte. No porque lo digan Rajoy y sus adláteres, sino porque desde las propias filas socialistas se advierte la pérdida de centralidad del socialismo español, hacia la que, por cierto, quiere dirigirse el partido de Iglesias pese a sus intentos de aglutinar a todos los grupos situados a la izquierda del PSOE en una única candidatura.
Sánchez trata de disimular su propia derrota electoral -en el conjunto de España el PSOE perdió 750.000 votos y, como le recordaba Pablo Iglesias, se ha situado al nivel más bajo desde 1979-, reforzando alianzas y acuerdos con Podemos e incluso con Ciudadanos, para, por pura táctica cortoplacista, ganar poder para su partido, evitar un congreso extraordinario de incierta salida y reforzar su propia imagen ante las próximas elecciones primarias, para las que no se prevé que compita con ningún peso pesado del socialismo. Lo malo es que después de las generales, Sánchez puede quedar en manos de Podemos a todos los efectos, como ocurrió en Grecia con el Pasok tras sus coqueteos y alianzas con Syriza.

Podemos está jugando sus cartas con inteligencia y agudeza, apropiándose de todo el movimiento de indignados y antisistema surgido en distintos puntos de España a través de grupos y organizaciones populares que incluirá bajo su futuro paraguas electoral. Incluso ha advertido que no formará parte de gobiernos o corporaciones que no dirija, con lo que aquéllos y éstas, en caso de pacto con la formación de Iglesias, estarán al albur de sus designios y conveniencias, con seguros golpes de efecto de aquí a fin de año.

En cuando a Ciudadanos, está en un sin vivir viviendo, falto de organización y estrategia. No se puede ir a unas elecciones sólo con la corrupción como bandera y cuatro ideas de apoyo, sin más líder que Albert Rivera ni coherencia en la práctica política. Su afán por no contaminarse electoralmente ante la cita decembrina con las urnas le lleva a la paradoja de situarse por sistema en la oposición, evadir las responsabilidades para las que fueron elegidos sus representantes y/o pactar con unos y con otros a conveniencia, según el parecer de los mandamases locales o regionales. Ante tanta deriva, Rivera ha dado un golpe de mano en Madrid para tratar de controlar férreamente el partido desde las instancias centrales.

Del PP poco cabe decir más allá de sus intentos por reventar aquí los pactos CC-PSOE, sus frustraciones y su pérdida de poder en todas partes. Eso de esperar a que Rajoy medite, se inspire y, desde su ensimismamiento, decida recomponer en parte el Gobierno -con o sin un Soria con superpoderes- y el partido, puede quedarse en mero golpe de efecto si no cambian las actitudes, las formas y los acuerdos del Consejo de Ministros. El tiempo apremia y, emulando a Unamuno, cabría pedirle que fuera padre de su porvenir más que hijo de su pasado.