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A cambio de nada – Por Indra Kishinchand

Ocurrió ayer por la noche. Quizás antes de ayer. Él siempre dice que es mejor no recordar con exactitud. Por eso ignoro lo que sucedió. Y cuándo. También me aseguró que estar comprometida con la soledad solo era un impedimento. Creo que por esa razón gritaba tanto anoche. Tal vez fuera antes de ayer. Ella no dice nada. Nunca dice nada. Llega a casa después de trabajar con ojos tristes. Eso pienso yo, aunque todos creen que no la conozco lo suficiente para saber algo así. Yo también lo pienso. Hace algunos meses que vivo rodeada de los silencios de un amor que se rompió antes de que comenzara. Me imagino que será así todos los días durante todos los meses de todos los años. Espero que algún día cambie, aunque supongo que eso no está en manos de nadie más que de mí misma.

Aquí debo estar callada durante horas. La verdad es que no es tan malo. Nunca imaginé que pudiera decir algo así. Ahora, sin embargo, me he acostumbrado a andar entre la atenta mirada de las paredes de techos altos, a dormir en una habitación sin luz y en un corazón tan oscuro como esa estancia sin ventanas. Y eso es lo peor: la costumbre. La vida diaria que aprieta. La indiferencia de las puertas inertes ante el viento. La ausencia de hogar y el zumbido constante de vidas ajenas. “¿Dónde está la propia?”, me pregunto a menudo. La vida existe en la memoria. En lo que sucedió, en lo que no ocurrió, en lo que podría haber pasado y, sobre todo, en lo que nos hubiera gustado. La vida milita en los recuerdos.