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Economía colaborativa – Por Salvador García Llanos

Hay que irse familiarizando con la letra y música de la denominada economía colaborativa cuya filosofía se basa en compartir en vez de poseer y es el sustrato, según los expertos, de una revolución abrazada a las nuevas tecnologías. Se trata de un sistema cuyos fundamentos son intercambiar bienes y servicios a través de plataformas electrónicas. Las cifras de productividad y beneficios empiezan a ser mareantes, tal es así que, según los expertos, estamos ante una clara respuesta a la desigualdad y la ineficiencia que se dan en el mundo.

Trueque de comida, alojamientos de viajeros, vehículos compartidos, préstamos económicos, intercambio de ropa… es como si cualquier actividad o cualquier sector productivo fueran susceptibles de ser procesados por este sistema que ha hecho crujir los pilares del capitalismo salvaje y ha merecido la atención de la Unión Europea (UE) que ya fijó posición al respecto: “El consumo colaborativo representa la complementación ventajosa desde el punto de vista innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por la economía del consumo. Además, supone una solución a la crisis económica y financiera en la medida que posibilita el intercambio en casos de necesidad”, dice un dictamen de iniciativa de la UE.

En el sector turístico deben estar muy atentos a la evolución del fenómeno pues ya se habla hasta de un nuevo modelo de negocio como consecuencia de la implantación de los soportes de la economía colaborativa que hacen tambalear los cimientos de las empresas turísticas tradicionales. En foros de expertos, como Pisa, han debatido la cuestión que deja muchas incógnitas con vistas al futuro. Y es que, en efecto, los operadores que van surgiendo en este ámbito -en España alguno ya ha causado rechazos y protestas- acumulan su poderío fundamentado en tres ventajas: por un lado, constituyen firmas con activos limitados (son propietarias de las plataformas de ventas pero no de los recursos); por otro, traspasan responsabilidades legales a proveedores particulares y, en tercer término, operan con costes muy bajos, lo cual abona un cierto afán por reventar los precios del mercado.

Algunos antecedentes similares podemos encontrar en el negocio del time sharing (ocio o vivienda compartidos) que en algunos puntos de Canarias llegó a causar verdaderos estragos hasta que los empresarios se dieron cuenta del perjuicio que ocasionaba y en aquellas prácticas nocivas para el sector servicios. El impacto de la economía colaborativa es tan evidente en algunos casos que las empresas turísticas convencionales flaquean o se sienten ya en desventaja. Ya no es un aviso a navegantes sino un crecimiento palpable de plataformas tecnológicas que comercializan bienes o servicios ofrecidos por particulares y a tarifas o precios muy competitivos. En el informe de expectativas para el presente año, la firma Deloitte recoge testimonios de empresarios y expertos que señalan a este tipo de economía como una amenaza para la industria turística y para la cuota de mercado. Hasta un 50% de los encuestados así lo estima. No faltan, por supuesto, los directivos que hablan de una “ampliación del mercado para que todos salgamos ganando” o de “una oportunidad para innovar y diferenciarse”. Sumarían el otro 50%.

Cuidado, en cualquier caso, porque hay que evitar la tendencia a confundir economía colaborativa con economía sumergida, donde ya saben, imperan la opacidad y el negro a la espera de pingües beneficios. Y todas esas supuestas ventajas, si repercuten negativamente en empleo, fraudes diversos e inseguridad para los consumidores, hay que esclarecerlas y regularlas legalmente.