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Fuga del zoo

Un descuido en la vigilancia propicia la tragedia que a continuación se desata. Siempre he sentido una especial predilección por las películas de dinosaurios. Y para no ser menos, hace una semana tomé asiento ante la última de la saga de Jurassic. Aquella negligencia provoca la fuga del más feroz de los de su especie y tras ella más fugas.

Los profundos barrancos y los abruptos acantilados donde se ambientan las escenas se asemejan a los de Teno o Anaga. Hace casi cincuenta años, sí se rodaron en Las Cañadas del Teide algunos de los exteriores de la icónica película, más por Raquel Welch que por los dinosaurios, Hace un millón de años.

Pero hace una semana, en Georgia, uno de los países del Cáucaso, unas inundaciones sin precedentes anegaron la capital, Tiflis, y de su zoo, cuentan las crónicas, escaparon un número indeterminado de animales. Entre ellos, lobos, leones, tigres, osos, hienas, hipopótamos, linces y una pantera. Camparon a sus anchas por la ciudad hasta que hallaron distinta suerte. Unos sedados, otros abatidos y algunos aún en paradero desconocido.

Se desconoce si, a pesar de las lluvias torrenciales, las medidas de seguridad del zoo eran las adecuadas. Hace una semana también, tras las lluvias torrenciales de mayo en clave electoral se sucedieron inundaciones de cambio político en distintas administraciones autonómicas y locales. Se encubrieron fallos descomunales. Se deslizaron equivocaciones mayúsculas.

Se engendraron disparates imperceptibles. Se recriminaron errores chapuceros. Como en el zoo de Tiflis, como los dinosaurios de Jurassic, un número indeterminado de representantes electos escaparon y vagan a sus anchas. Unos ejercen de lobos, otros actúan como leones o tigres, los hay quienes desempeñan el papel de hienas y también quienes practican las habilidades del lince. Todos ellos encontrarán distinta suerte.

En este caos de fieras sueltas, con empresaurios hambrientos, surgen los ofrecimientos a terceros, expedientes, suspensiones y rechazos a propuestas sugerentes. Subsanar un desacierto circunstancial debe tomarse como el camino para enmendar dislates más sonados si no se quiere que se produzca una huida masiva del territorio acotado.