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Futuro incierto – Por Juan Julio Fernández

Quedan pocos días para que concluyan las negociaciones poselectorales y se conozcan los pactos que la denostada casta de los partidos tradicionales ha venido gestando con las nuevas formaciones -¿una segunda?- que la critican y han acabado sumándose al secretismo que le reprochaban, cayendo en la cuenta que al tener que asumir responsabilidades no pueden dejar de hacer lo que los otros hacían, con lo que la transparencia, si quieren seguir apoyándose en ella, tendrán que aplicarla con luz y taquígrafos a la hora de explicar las decisiones que tomen. De no ser así, más que a una necesaria y conveniente regeneración del sistema estaremos asistiendo al asalto al poder que, sin tapujos, anunció Podemos como un objetivo y que al irrumpir Ciudadanos fue moderando, recurriendo incluso a marcas blancas para concurrir a las elecciones y ganar votos.

Contabilizados los apoyos, los acercamientos entre adversarios son inevitables para poder gobernar con cierta estabilidad y abocan a los pactos que, por el oscurantismo con que se ha llevado, producen incertidumbre. Con todo, falta menos para que se despejen las incógnitas, variopintas en el territorio nacional, que según se despejen pueden llevar a un periodo de inestabilidad, contrario a la gobernabilidad y a la recuperación económica.

Mariano Rajoy ha tenido que renunciar a su mutismo y no ha dejado de prodigar declaraciones, a menudo contradictorias, y anunciar cambios para paliar el batacazo del PP y contrarrestar la rebelión de sus barones que me hacen recordar el ocaso de UCD que viví con cierto protagonismo. Y también me hacen valorar el pragmatismo de Felipe González -figura clave con Adolfo Suárez en la Transición- abandonando el marxismo para abrazar la socialdemocracia y, en 1982, llegar con aplastante mayoría a La Moncloa; y, más tarde, en 1985, aplicando la recomendación de Deng Xiao Ping cuando le visitó en China, “gato blanco, gato negro, poco importa, si caza ratones”, para evitar la radicalización de su partido. No parece seguir el mismo camino Pedro Sánchez, vigilado por una Susana Díaz que al parecer va a conseguir la investidura en Andalucía con el apoyo de C’s. Más bien parece alinearse con la deriva de Zapatero que años después también se refirió a China, al visitarla cuando ya estaba encaramada en el segundo puesto de la economía mundial, encumbramiento que atribuyó al “comunismo invertido”, en el que podrá terminar, aunque sin equiparación económica, el PSOE si se entrega a Podemos, que busca poder y no alianzas, con el comunismo aparcado para declararse socialdemócrata y no asustar a sus votantes.

Ciudadanos, apelando a la sensatez, acusa en cambio el desgaste que le suponen los días de negociaciones tratando de mantener una equidistancia entre el PP y el PSOE que obliga a su líder, Albert Rivera, en aras a la transparencia a la que no quiere renunciar -aunque se vea obligado a mantener ocultas algunas actuaciones-, a establecer unas líneas rojas intraspasables para llegar a pactos, aunque haya tenido que renunciar a algunas, como imponer elecciones primarias a los partidos que quieran negociar con ellos o ser más indulgente con cargos imputados.

En este escenario, todo apunta a que los mayores perdedores serán el PP y el PSOE, que se han pasado toda la legislatura echándose en cara los casos de corrupción y la politización de la justicia sin ponerles remedio, una exigencia ciudadana que han ignorado mirando hacia otro lado y sin acometer, mancomunadamente, un proceso de regeneración, con lo que regalaron esta bandera a los partidos emergentes que, ahora mismo, corren el riesgo de perfilarse como una casta de segunda generación, uno mirando al pasado y otro enfocando el porvenir.

La mejoría económica que aún no llega a los más necesitados puede quedar tocada con gobiernos autonómicos y locales que no sean conscientes de que no pueden elevar la remuneración del asalariado acogotando a los empresarios que pagan los salarios, ni fortalecer al débil debilitando al fuerte.

La justicia social requiere un compromiso por redistribuir las cargas sin gastar más de lo que se tiene y por crear empleo productivo y no burocracia, a sabiendas de que el camino para reducir las diferencias sociales, totalmente injustas, no es el de pedir dinero prestado, para seguir acumulando deudas que siempre habrá que pagar. A la vista y cercana en el tiempo y el espacio está Grecia, con Tsipras y Syriza. En España, por ahora, un futuro incierto.