1. Paulino Rivero se irá a su casa dentro de unas semanas, a descansar. Ya no tendrá escolta, ni coche oficial. No los echará mucho de menos porque a menudo prescinde de ellos para convertirse en un ciudadano normal. A mí me sorprenden ya muy pocas cosas, pero estoy realmente perplejo ante la generosidad mostrada por el presidente en funciones, al conceder la Medalla de Oro de Canarias al periódico que tuvo tanta culpa de que acabara -de momento- su carrera política: El Día. Yo fui tachado de traidor -siempre a mis espaldas- por intentar que esos ataques no fueran despiadados; cuanto más si se partía de hechos no constatados que resultaron ser falsos.
2. La honradez de Rivero está fuera de toda duda y sus hijos, Samuel y Paloma, pueden sentirse orgullosos de este hombre que ha dado su vida por el servicio a Canarias. Sería cómodo para mí callarme, ahora que se va. Pero no lo voy a hacer. Y proclamo a los cuatro vientos lo que no pude hacer en el El Día, por razones obvias, y lo que me costó más de un disgusto en el periódico: su inocencia. Fue mi única diferencia grave con Pepe Rodríguez. Si alguna vez participé de esa guerra cruel y absurda, le pido perdón, ahora por escrito y públicamente. Hice mal. No tenía derecho. Aunque sólo sea responsable de lo que yo firmo, claro.
3. Yo sé que estas cosas no se estilan. Los periodistas, que en general son unos robaperas, cuando se equivocan se callan y esconden la cabeza bajo el ala. Yo no, yo le pido a Paulino y a su familia, a su esposa y a sus hijos, disculpas públicas. Paulino es amigo mío desde hace muchos años. Un hombre generoso y cabal, que nació en el seno de una familia humilde y es un ejemplo de superación, de bonhomía y de sencillez. Así que lo mejor para ti, amigo, en esta nueva etapa del nada que hacer, que estoy deseando se torne en una nueva etapa del mucho que hacer. Canarias no puede prescindir de personas como Paulino Rivero Baute.
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