maldito parné

La gula del sector público

Los funcionarios son los empleados que el ciudadano paga para ser víctima de su insolencia e ineptitud. Esta frase no es mía. Es del gran escritor italiano Pitigrilli, pero la suscribo al 100%. Parto de la base de que no todos los empleados públicos son unos cafres o unos ineptos. Es más, estoy convencida de que la mayoría son unos excelentes profesionales que realizan su trabajo con discreción y eficiencia, pero siempre hay manzanas podridas en el cesto. Y en la cesta del sector público mucho más. Malos trabajadores hay tanto en el sector público como en el privado, pero la diferencia es que al empleado público le pagamos todos los ciudadanos y al privado no. La diferencia es que el funcionario tiene la seguridad de su puesto de trabajo y el empleado del sector privado, aunque esté fijo, puede ser despedido en cualquier momento siempre que su jefe esté dispuesto a pagar la indemnización. Basta comparar los datos de destrucción de empleo del sector privado con el sector público para comprobar que la crisis ha pasado de refilón por la administración pública. Estas circunstancias aportan tanta impunidad al empleado público que siente que puede hacer cualquier cosa sin que le afecte. Puede levantarse a las 10.00 horas de la mesa para ir a desayunar a pesar de que haya gente haciendo cola esperando para ser atendido. Puede cogerse los días de asuntos propios pegados a los festivos para así disfrutar de un macropuente. Puede ser improductivo. Su puesto está asegurado. Puede irse a fumar libremente. Puede abandonar su puesto de trabajo para ir a comprar un regalo a su hijo que tiene un cumpleaños. Puede decir eso de: ¡Vuelva usted mañana!, son las dos y acaba mi turno, o ¡le falta una fotocopia del DNI, yo no se la puedo hacer, no es mi trabajo, yo solo pongo sellos! Pero hay una cosa, quizás la más importante, que el mal empleado público aún no tiene clara, y es que su jefe, que es quien le paga, no está detrás del mostrador. Es el que está enfrente de él. Es el ciudadano. Ese es quien le paga con sus impuestos. Y al igual que cuando vamos a un restaurante exigimos al camarero que nos atienda bien porque si no, no volvemos, lo mismo ocurre en la administración pública. La diferencia es que a la administración siempre tendremos que volver en uno u otro momento. Un empleado así en el sector privado tardaría cero coma segundos en estar en la puerta de la calle. Tenemos una administración pública con mucha gula, avaricia y pereza, y un futuro Gobierno que pretende alimentar estos vicios. Yo apuesto por ponerla a dieta, y que la operación bikini también llegue al sector público.

@MariaFresno72