No me extraña que cada vez haya más abstencionistas en las elecciones. Cada vez hay más gente que no vota o que lo hace en blanco, o que mete una rodaja de chorizo en el sobre… Y no es por falta de responsabilidad. Todo lo contrario. Es la reacción por el desencanto o la decepción que provocan esos políticos que no están a la altura del compromiso adquirido con los ciudadanos. Porque los políticos tienen que ser servidores públicos, no mangoneadores de lo público. Ha vuelto a suceder ahora tras los comicios del 24 de mayo. Ha habido numerosos casos en la Isla que rayan la desvergüenza política y la marrullería. Componendas en las que queda patente que han primado los intereses partidarios o las rencillas personales por encima de los intereses generales de los ciudadanos. Un ejemplo esperpéntico es lo sucedido en La Victoria de Acentejo. Ahí resultó elegido alcalde el candidato del PP, Fermín Correa, a pesar de haber logrado solo dos ediles y menos de 900 votos. Fue el tercero más votado y con menos de la mitad de sufragios que sus rivales. En el momento de la votación en el pleno Correa se encontró con la sorpresa de que los socialistas votaron a su favor sin haber ningún tipo de acuerdo previo. Tal fue la sorpresa que el candidato popular fue nombrado alcalde sin ningún familiar presente en el acto. Nadie esperaba tal cosa. Fue, sencillamente, la venganza de los socialistas contra el anterior alcalde, el nacionalista Haroldo Martín, quien además tenía que haber sido elegido con la abstención del PP. Pero Correa y su compañero se votaron a sí mismos y se consumó la carambola. Ahora la dirección insular del partido medita incluso expedientar a su flamante alcalde victoriero por no cumplir las órdenes recibidas. Una cosa de locos que al final desemboca en que -si nadie lo remedia- La Victoria tendrá durante los próximos cuatro años al alcalde que menos querían los victorieros. Lamentable y vergonzoso.
Al igual que el papelón del PSOE de El Rosario, cuyo candidato, Estévez, hasta estaba dispuesto a incumplir el código ético de su propio partido y apoyar a una excompañera imputada -Ana Lupe Mora- con tal de retirar de la poltrona al partido más votado, el IR-Verdes de Escolástico Gil. In extremis fracasó la componenda porque dos ediles socialistas dejaron tirado a su candidato y secretario general, después de fuertes presiones de la dirección regional del partido.
En otros casos no funcionó el famoso pacto en cascada porque cada pueblo tiene sus peculiaridades y sus enemistades particulares. Ahí está Puerto de la Cruz, donde CC incumplió la orden de su partido y también el acuerdo cerrado con el PSOE para dejarle gobernar en minoría y al final, con nocturnidad y alevosía, pactó con el PP. Ahora, en el Ayuntamiento de La Laguna, pendiente aún de constituirse por un recurso en la Junta Electoral y con los votos muy divididos entre media docena de fuerzas, puede pasar cualquier cosa. Puede ser alcalde cualquiera, porque son los partidos, con sus estrategias y con las filias y las fobias de sus cabecillas, los que hagan y deshagan a su antojo con los votos de los ciudadanos y pongan en la poltrona a quien más les convenga a ellos.
No me extraña, a la vista de todo esto, que cada vez sean más los ciudadanos que pasan de las urnas. Si en el deporte hay que echar a los tramposos, en la política habría que tomar medidas y reformas para erradicar la morralla, antes de que el divorcio entre ciudadanos y políticos termine en una fractura social.
Por Agustín M. González