Con excepción de La Laguna, hoy acaba la formación de los cabildos, tras hacerlo los nuevos ayuntamientos salidos de las elecciones del 24-M. Aquí, entre nosotros, lo mismo que en la Península y tierras adyacentes, los relevos han ofrecido de todo. Ha habido tomas de posesión y jura de la Constitución impecables. Sin un solo motivo para la discordia o la diferencia en los modos y maneras de afrontarlos y desarrollarlos. En otras, en cambio, se ha buscado el disentimiento, la singularidad, la distinción, la divergencia en las formas externas, que en política tienen más importancia de lo que parece. Me llamó la atención la presencia de algunos de los nuevos representantes populares en mangas de camisa y/o con una indumentaria inapropiada en la medida en que rompe costumbres ancestrales. Eso de que el hábito no hace al monje es puro cuento; ayuda, y mucho, ya que el vestuario dignifica y da lustre, pero también empobrece y vulgariza. No es lo mismo acudir a una ceremonia de punta en blanco o con arreglo a las pautas sociales y protocolarias existentes que hacerlo con andrajos o vestimenta que desentona. Una modernidad mal entendida está trivializando la formalidad de muchos actos públicos hasta dar paso a un pijoprogresismo desnortado y tontorrón. La función representativa de los cargos electos se dignifica con su ejemplar ejercicio, pero también otorgándoles la altura y la prestancia que merecen en las formas externas ya que, en el fondo, la ética tiene una cierta conexión con la estética. No digo, como exageradamente afirmaba Burke, que para la pervivencia de una sociedad civilizada los modales son más importantes que las leyes, pero sí creo de buena fe que aquello que durante generaciones ha unido a la ciudadanía suele ser, hasta en los detalles de las tomas de posesión, la expresión de una tradición enriquecedora e incluso una fuente de valor. Precisamente por eso no me gustaron ciertos atavíos. Como no me gustaron los imperativos legales, una especie de enmienda al orden jurídico vigente. Ni los añadidos en plan arenga a la promesa o juramento del cargo. Y mucho menos la falta de respeto -hacia sí mismos, sus compañeros, la corporación a la que pertenecen y el público asistente- de quienes permanecieron sentados mientras sonaba el himno nacional.
Nuevas formas - Por Leopoldo Fernández publicado por Leopoldo Fernández →