Dos investigadores del siglo XIX contemporáneos de Darwin hicieron una curiosa afirmación: si se puebla una aldea con cien irlandeses estúpidos, analfabetos, borrachos y zafios, y con cien ingleses cultos, bien educados y sobrios (bueno, o casi sobrios), varias generaciones después habrá varios miles de zafios y ni un solo gentleman.
En lugar de llamar departamento de recursos humanos, y salvando excepciones que las hay, habría que llamarlo recursos financieros humanos. Se despiden personas a cientos, se contratan sin saber siquiera cómo son, qué problemas tienen, cuántos hijos, si alguno tiene síndrome del trisomia del cromosoma 21… Cómo está su esposa, qué hace, a qué se dedica, qué vacaciones les gustaría tener, cuáles son sus sueños, qué colegios tienen o acuden sus hijos… Hoy, en general, los que dirigen estos departamentos, salvo excepciones, repito, son meros financieros. Expertos no en una gestión humana de esos recursos sino financiera, juegan con números y aconsejan ERE o despidos masivos. Lo que está ocurriendo es que los inteligentes tienden a no tener hijos mientras que los tontos son particularmente prolíficos. La inteligencia está condenada, no tiene futuro. Estos necios han hecho cursos y masters de liderazgo, pero un líder nace, no se hace.
Se desconoce lo que es la dignidad humana. El poder, en cuanto le es posible, empieza a prender fuego a los libros y después también a sus autores. Se persigue a cualquiera que sea sospechoso de pensar. Estas son las gentes que dirigen las empresas y lo vemos en el transporte aéreo, sin ir más lejos. El poder de una organización social humana es tanto más fuerte cuanto mayor es la cantidad de inteligencia que se consigue destruir. Que se lo pregunten, por ejemplo, a los empleados de Copa, la línea aérea centroamericana, que despide a sus empleados de Costa Rica simplemente porque van a buscar algo más económico. La inteligencia intimida y desencadena la agresividad de quien no la posee o está menos dotado. Sin los hombres que dudan y plantean problemas, no hay progreso. Por este motivo ensalzamos al payaso de Michael Olery, de Ryanair, aunque ahora no actúa ya en la pista central del circo que es la aviación. En la selección natural y cultural de la especie prevalece lo peor, si lo peor es más útil. Hemos llegado al apogeo del imbécil, porque en el mundo actual, la imbecilidad sólo puede aumentar. El problema es que la inteligencia, o sabiduría de los sabios, es como el cristal: admiten la luz del cielo y la reflejan en los demás seres humanos. Por esto hay que matar cualquier atisbo de inteligencia. Al final nos quedamos todos gritando al cielo: ¡bienvenidos los imbéciles! En esta vida no hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción…