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Recordando a Carlos Pinto Grote – Por Isidoro Sánchez

Estaba preparando un expediente sobre la Expedición Garoé al Perú cuando leí en internet la marcha del doctor Carlos Pinto Grote a los cielos de Canarias, desde su ciudad patrimonial, San Cristóbal de La Laguna. Recordé que contaba con más de 90 años y que los médicos también se mueren físicamente aunque en muchas ocasiones su legado espiritual se mantiene vivo, como fue su caso.

A Carlos le conocí en la década de los 80 por culpa de otros dos médicos, los doctores Victoriano Ríos, quien aún sigue con nosotros afortunadamente, y el recordado Eduardo García Ramos, ambos compañeros veteranos de la política en Canarias a pesar de nuestras diferencias temporales, que no ideológicas.
De vez en cuando me tropezaba con el doctor Pinto Grote en su territorio metropolitano, pero las últimas veces se debió a la poesía y a la electricidad. En el primer caso, por aglutinar en un libro Todas las Islas Canarias en la Poesía, un año después de que le concedieran el Premio Canarias de Literatura en 1991.

También en 2010, cuando le visito a su casa en Aguere para hablar de su amigo surrealista, Juan Ismael, por haber ilustrado de manera artística los poemas que su amigo cubano Andrés de Piedra Buena le escribiera a su esposa uruguaya Yolanda Lleonart en su viaje al Cono Sur. En el asunto eléctrico lo encontré cuando leo su prólogo al libro de Antonio Salgado Pérez titulado Luz en la Ciudad. Trata de la historia eléctrica de la capital tinerfeña y de La Laguna, en la que participaron de manera significativa, con la Compañía Eléctrica de Tenerife en la que trabajaron, sus abuelos Pedro María Pinto de la Rosa y Domingo Cabrera Cruz, respectivamente, al igual que su madre. Ello le permitió ser asiduo cliente del mundo del cine y aficionado al séptimo arte, a veces en el Leal o en el Parque Victoria.

Cuando le llevé el libro Yolanda, del cubano Piedra Bueno, para que me lo prologara, además de tomarnos una foto con la cámara del periodista cubano Juan Carlos Sánchez, me comentó su relación con el ínclito pintor y poeta Juan Ismael, a quien conoció en la casa paterna
-sita en la calle 25 de julio de Santa Cruz de Tenerife y sede de la revista Mensaje- al comienzo de unas vacaciones de verano en 1946, al regresar de sus estudios de Medicina en la Universidad de Cádiz.

Con la marcha de Carlos, poeta y psiquiatra, Canarias pierde una joya de ese vasto colectivo humano e intelectual que ha dado vida a las Islas en una etapa importante de su historia reciente.