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La tía Isabel y el escribidor – Por Andrés Chaves

1. Se ha enamorado Varguitas de Isabel Preysler, o al menos eso dice el ¡Hola! que es el Deuteronomio de lo social. Varguitas, a quien le alabo el gusto, tiene 79 años y su novia 64, aunque está muy baqueteada en guerras maritales: ha tenido varias, desde Julio Iglesias a Boyer, paz descanse, pasando por Griñón. No podemos catalogar a la Preysler de émula de una mantis religiosa, el insecto parecido al saltamontes que en época de apareamiento se come al macho; no, porque, que yo sepa, Isabel todavía no se ha comido a nadie y menos a Vargas Llosa, que deja atrás a una esposa triste y llorosa, su prima Patricia, y a unos hijos confundidos que acababan de celebrar en N.Y. el cincuentenario del matrimonio de sus progenitores. Vargas lo que ha creado es el argumento de otra novela, a lo mejor porque la trama familiar quedó aparcada desde La tía Julia y el escribidor. Ahora podrá contar una historia llena de glamour, con un fondo de Porcelanosa. Ay.

2. Ella tiene ese aire triste oriental, exótico e inteligente, y él es un gentleman, al que le gusta vivir en Londres y escribir mirando a los jardines privados de Chelsea, un suponer. Ella es enigmática y educada y él tiene la cadencia idiomática del Perú, eso que María Dolores Pradera llama “aires de Lima”. A los indios, en esta ocasión, se les pegó lo bueno de los conquistadores: Pizarro llevó allí curas con acentos andaluces, aconsejado quizá por su primo Hernán Cortés, que prefirió lo azteca a los propios aires de Lima. Y disculpen por la disquisición metafísica.

3. Se celebra el idilio en los programas del cuore, pero cuando ¡Hola! lo lleva a portada es la ley. Varguitas, como lo llamaba su tía Julia, se ha enamorado y anda celebrando su fiesta del Chivo por las páginas coloreadas de las revistas sociales. Es el amor, oiga, que no conoce edades, ni fronteras, ni están inmunizados los Nobel contra él. Y, si no, recuerden a don Camilo, que hizo marquesa de Iria Flavia a una joven mujer a quien por su interés por el lujo algunos llamaron Marina Mercante. Como diría el propio don Camilo, la cosa de la jodienda no tiene enmienda. Y eso.

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