el fielato

Banalidades

Quien conoce un poco a Fernando Clavijo, sospecha que, si fuese por él, los 70 minutos de su discurso en el Parlamento de Canarias se quedarían reducidos a los 15 primeros y a los 15 últimos porque en ambos tramos se concentró casi todo lo que quería transmitir a los diputados y a los cuatro o cinco canarios que lo estaban escuchando por la tele, la radio o internet. El resto es un relleno que se podría entregar por escrito a sus señorías y que el común de los ciudadanos podría consultar por múltiples vías si quiere saber acciones concretas del nuevo gobierno -la mayoría ya puestas negro sobre blanco en los programas electorales de los partidos llamados a gobernar-. A saber, ¿qué se le pide al candidato a la Presidencia en una intervención así?, ¿que diseccione cuatro años de acciones políticas? Si es así, Clavijo podía haber leído un texto que haría palidecer a Fidel Castro, lo que, a su vez, implicaría que los cuatro o cinco canarios que no son diputados o periodistas y que siguen este tipo de actos dimitieran. Se puede estar de acuerdo o no con Clavijo y gustar más o menos sus palabras, pero que se le acuse de falta de concreción es muy fácil y previsible. Pero ahí estaban María Australia Navarro, Román Rodríguez o el que, sin duda, será la alegría de la legislatura, Francisco Déniz, para sin un segundo de reflexión criticar con cierta mofa, por ejemplo, la excesiva literatura (sic) del discurso. A mi juicio -tan poco válido como otro cualquiera- un buen discurso debe basarse, precisamente, en la falta de concreción, sobre todo, si va dirigido a una ciudadanía que necesita volver a creer en la política e, incluso, un aliento, un incentivo.

Dijo Lincoln: “Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra”. Dijo Churchill: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Dijo Kennedy: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. Banalidadessin concretar, como aquellas otras de Chaplin en el final de El gran dictador, y todas insertas en discursos. Por algo será.