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Y con el de su madre, ocho

1. Esto pasó en ese Sur y no deja de ser gracioso. Por eso lo voy a contar. Una pareja de aquella zona se puso en la tarea de montar un restaurante de carretera, lo que consiguieron los miembros del matrimonio a fuerza de mucha dedicación y sacrificio. Era una pareja madura, que había tenido seis hijas, todas bien dispuestas, hacendosas, limpias y con deseos de ayudar a sus padres en el gobierno de un restaurante muy frecuentado por camioneros, guagüeros y taxistas. Y que al turista le gustaba también porque la comida era sabrosa y aquello estaba bastante limpio. Ya no recuerdo el nombre del local, pero pongamos, por ejemplo, Casa Domingo, que así se podía llamar el cabeza de familia, un tipo bien plantado, serio en sus ademanes y en la relación con el cliente y que atendía perfectamente a todos los comensales, haciendo uso de un gran respeto. Un mago educado, vamos.

2. Pero, claro, el hecho de tener seis hijas, más su esposa, que también trabajaba allí, se lo puso a huevos a los clientes del local, que empezó a coger fama por el buen servicio que prestaban las siete mujeres y el cabeza de familia. Digo que se lo puso a huevos a los clientes porque nunca llamaron al restaurante Casa Domingo, sino que, por razones más que obvias, lo bautizaron como “Los siete conejos”. Oficialmente se usaba el nombre que figuraba en el cartel de la puerta, pero a la hora de citarse el taxista con el amigo le decía: “Nos vemos en Los siete conejos”. Sin que el dueño y su familia tuvieran que aguantar la procacidad porque a ellos se les trataba con respeto. Pero, claro, el propietario sí conocía el cachondeo.

3. Total que aparece por allí un peninsular, invitado por un amigo, aparca su coche y al ver el cartel de Casa Domingo dudó si se encontraba en donde lo había citado el amigo local. Entra, se dirige con paso seguro al bueno del dueño y le pregunta: “Oiga usted, perdone, ¿es aquí donde le dicen Los siete conejos?”. A lo que el dueño, sin inmutarse, miró fijamente al godo y le contestó: “Sí, y con el de su madre, ocho”. Y allí se terminó la conversación.

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