Canarias ha cerrado este viernes una vertiginosa semana de cambios políticos que deja la Comunidad Autónoma en manos de un nuevo Gobierno tras la consumación del pacto CC-PSOE y la elección de Fernando Clavijo como octavo jefe del Ejecutivo. Clavijo invocó este martes en el Parlamento el principio de la confianza para pedir a políticos y ciudadanos que dejen actuar a su Ejecutivo antes de sepultarlo bajo un aluvión de críticas precocinadas y lastrarlo atado a una montaña de prejuicios. En su toma de posesión, el jueves fue él mismo quien confió en que la acción de su Gabinete contribuya pronto a disipar la muralla de escepticismo con la que inevitablemente tendrá que lidiar. Clavijo se ha esmerado estos días en exhibir valores muy importantes para la política y para la vida que sin embargo cotizan poco en esa feria de las vanidades y el narcisismo que suele ser la cosa pública: humildad en triple dosis, sencillez, humanidad, flexibilidad para encajar la crítica… Y también generosidad y gratitud, sin duda lo que le movió a citar y parafrasear a todos y cada uno de los presidentes que le precedieron en el cargo. El gesto no es cosa menor en estos tiempos en que el autismo de la política induce a sepultar las virtudes de otros bajo toneladas de mezquindad y olvido.
Un buen hombre con ganas de cambiar el rumbo. Así ha querido presentarse Fernando Clavijo ante los ciudadanos. Pero contra los deseos del presidente operan desde el minuto uno circunstancias endógenas y exógenas que hacen difícilmente verosímil la hipótesis de que su Gobierno se vea premiado con cien días de gracia. Socialmente, el más relevante de todos ellos es el clima de una sociedad que, a golpe de sobres de dinero B, tesoreros, tarjetas black, puertas giratorias, cumpleaños con confeti o entes públicos convertidos en cuarteles generales para la malversación y el saqueo de lo público, está literalmente asqueada de la política. Y por idéntica razón, tan hastiada y descreída que pedirle confianza es como pretender que la anciana a la que acaban de robarle el bolso de un tirón acceda un minuto después a invitar a su ladrón a un café con porras. Pues no.
Pero luego están los factores propiamente endógenos. Para la política, como para la vida, vale el mismo aforismo que aplicaría un buen policía cuando investiga un crimen: los testigos pueden mentir, pero las pruebas, no. Y más allá de las buenas intenciones y todo eso que la retórica parlamentaria de la sesión de investidura redujo a la categoría de “buen rollito” (en lo tocante a la expresión oral es bastante probable que no estemos ante la legislatura más brillante de la historia), las pruebas no dicen exactamente lo mismo que pregona el presidente Clavijo.
Para empezar, el consenso. Si te llamas pacto CC-PSC y acabas de laminarte en la Mesa del Parlamento el peso de más de 230.000 votantes (los que suman Podemos y Nueva Canarias, sin contar los 53.000 de Ciudadanos directamente excluidos por las perversiones del sistema electoral) tendrás dificultades para hacer creíble la teoría de que buscas una legislatura de consenso. La sospecha irá a más si, ante las escandalosas desproporciones del sistema electoral, lo único que propone el presidente es “una mesa” de diálogo atada no solo a la endeblez y la imprecisión de la propuesta, sino además a la triple paridad como elemento de imposible discusión. En tercer lugar, el equilibrio: ¿cómo dar por ecuánime la composición de un Gobierno donde el peso político de Gran Canaria es insignificante y se homologa a esta isla con Fuerteventura, cuyo censo electoral es diez veces (diez) inferior? Lo que ya nos conecta con la memoria: ¿de qué sirve invocar la historia si acto seguido se va a dinamitar la norma, no escrita pero nunca rota, de que la Presidencia y la Vicepresidencia del Gobierno no se haría coincidir en manos de diputados de una única isla?
No cesan ahí los factores endógenos. Clavijo ya ha tenido que correr para salvar la estabilidad de su Gobierno incluso cuando todavía era una criatura non nata. Lo hizo este jueves, cuando en un gesto sin precedentes en el histórico de tomas de posesión, tuvo que leer la lista de sus consejeros al minuto siguiente de prometer el cargo, erigiéndose él mismo en escudo humano ante el tiroteo interno emprendido entre facciones del Partido Socialista por culpa justamente de la falta de ecuanimidad y equilibrio en la asignación de responsabilidades. Clavijo, a la misma vez salvador y rehén de la podredumbre orgánica que anida en el Partido Socialista. Por si esto fuera poco, en la post posesión, bastaban quince minutos de atenta observación de la abarrotada sala para comprender qué grande y qué peligroso es el riesgo cierto de que este Gobierno se deje asaltar por tribus orgánicas que, enfermas de revancha o cortoplacismo o ambas cosas a la vez, ya insinúan con descaro el “lárgate tú, que ahora vienen los míos”. El riesgo de las tribus sectarias… Tan letal como el de esos amiguetes que ya han sabido posicionarse en vísperas en busca de un buen pesebre donde medrar y sobre todo donde llenarse los bolsillos, tocados por la condición de influencers. ¿Confianza, presidente Clavijo? Mire atentamente a su alrededor. Y empiece ya a protegerse. Quizá tenga al enemigo en casa.