Y de apellido, excelencia, porque no le cabe otro. La despedida del curso escolar nos dejó – y hablo desde el plural que abarrotó el Auditorio de Tenerife en una soleada mañana de domingo y de la onda multiplicada de su sorpresa y entusiasmo – la alegría de su descubrimiento, en simpáticas acciones callejeras, y la grata constancia de su progreso y continuidad en una presentación resuelta con eficacia, dignidad y brillantez. Tengo la fortuna de residir en la inmediata vecindad de una escuela de música diferente, que anima el pulso de un barrio histórico que, a fuerza de estos ingenios, poco a poco se despereza de su letargo; y de disfrutar de la convivencia con un alumnado que, entre los cuatro y los catorce años, demuestra su identificación con el método docente, su notable rendimiento y su seguridad con los resultados. Reitero la necesidad de la vocación para la docencia y de la imaginación y la creatividad para su práctica diaria, porque esas son las únicas herramientas que aseguran los trabajos y los éxitos como los que hoy elogio. Ciento sesenta alumnos – agrupados por edades, niveles de formación y, visualmente, por colores, siete profesores, cinco artistas invitados, y los impulsores y responsables de la feliz experiencia – Gonzalo Cabrera e Inma Marrero – protagonizaron un concierto inolvidable, entre otros méritos porque, adecuado a los diversos niveles de formación, no fue convencional ni en la estructura ni en el desarrollo y los espectadores lo entendieron desde la apertura, con una deliciosa versión de Vois sur ton chemin”, presentado en Los chicos del coro, la película dirigida por Christophe Barratier en 2004, con música de Bruno Coulais que, además de lograr un César, se convirtió en un hito de ventas y movió a la agrupación infantil por todo el mundo. En su mayoría compuestos por Cabrera Guerra, los catorce números del programa sirvieron como ejercicios didácticos y pruebas evidentes de los avances escolares y, a la vez, como una escala de exigentes intervenciones que se ganaron la cálida complicidad del público y lograron el climax con dos temas definitivos: el bellísimo orquestal Tango 8, un homenaje a la octava, con bandoneón, y el feliz arreglo de Who wants to live forever, del astrofísico Briam May, conocido, sobre todo, como guitarrista y compositor de Queen, interpretado con solvencia y ángel por Candelaria González y colofón apoteósico de una matiné para el recuerdo.
La Garrapatea publicado por Luis Ortega →