Pocas cosas identifican tanto a Canarias como su alimento más representativo: el gofio, un producto que a lo largo de la historia se ha convertido en un sólido elemento de nuestra gastronomía pero, sobre todo, en un valor de la cultura popular que se remonta a la época prehispánica, cuando los aborígenes utilizaban las piedras molineras para trabajar el trigo.
La esencia del viejo molino, con ese aroma tan peculiar a cereal, se conserva en Granadilla. Allí, en 1921 abría sus puertas un pequeño establecimiento destinado a la fabricación de este producto. Aquel primer molino compartía espacio con una planta eléctrica que abastecía a la comarca. Años después se trasladaría a un caserío de la plaza de San Pedro, donde continúa hoy. El local se ha modernizado, pero sin perder la mirada al pasado. La producción se inicia con el tostado del cereal (millo, trigo, centeno y avena) por unas máquinas calientes. Este va cayendo a la zona de almacenamiento, donde dos grandes piedras molineras se encargan del molido. Posteriormente se realiza el envasado en la parte superior del establecimiento. Es entonces cuando empieza la última fase: la distribución.
La historia de este molino está asociada a Juan Manuel Casanova, un antiguo empleado que empezó a trabajar en los años 60 y que dedicó los mejores años de su vida a esta labor, hasta que en 1992 le ofrecieron el traspaso del negocio. Y entonces, dio un paso al frente y asumió el reto.
Su hijo, Semidán, le ayuda y se ha convertido en el pilar de esta empresa familiar. “Aquí todo lo hacemos nosotros: mi padre muele, tuesta y yo empaqueto y me encargo de la distribución, aunque a veces también me toca moler y tostar”, afirma. Preguntado por el secreto para obtener una calidad óptima, lo tiene muy claro: “Usar una buena materia prima pero, sobre todo, utilizar piedras molineras auténticas. Esa es la clave”, señala.
No deja de reconocer que es un trabajo “muy sacrificado”, que requiere muchas horas al día, “así que te tiene que gustar”, indica. Quizá por ese motivo no vería con malos ojos que su hijo se decantara por otra actividad.
Respecto a la evolución del negocio, Semidán admite que “desde hace meses la cosa ha mejorado”. Hasta el 2008, el año que comenzó la crisis, el nivel de ventas iba muy bien. “Al principio pensábamos que no nos afectaba, pero después se notó un bajón” afirma. “Por suerte, las cosas ahora van mejor y nos movemos en unos niveles de producción de hasta 1.000 kilos diarios, aunque en verano afloja un poco, pero te puedo asegurar que todo lo que se produce se vende”.
[sws_grey_box box_size=”100″]Aumentan los pedidos a la Península y al extranjero
A finales de los años 70 el gofio del molino de Granadilla empezó a traspasar fronteras. Y lo hizo a lo grande. Nada menos que a Estados Unidos, donde la colonia canaria asentada en Miami demandaba este producto. Se llegaron a exportar hasta dos contenedores anuales con 80.000 unidades. Ahora, desde hace dos años las exportaciones se dirigen a otros mercados, sobre todo las Islas y, especialmente Fuerteventura, donde el negocio familiar cuenta con una instalación, aunque Tenerife mantiene el liderazgo de la clientela. Pero Semidán Casanova percibe una tendencia novedosa: “En los últimos años, recibimos visitas de peninsulares y extranjeros que, estando de vacaciones, prueban el gofio, les gusta, y a partir de septiembre y octubre empiezan a realizar pedidos, así que en esos meses hay un repunte de ventas tanto para la Península como para distintos países europeos”.
Semidán está convencido de que el gofio tiene futuro como negocio familiar. “Tengo la sensación de que caminará bien, con niveles de ventas digamos que aceptables”, vaticina.[/sws_grey_box]