tribuna

Hambrientos de vacaciones

Cuando era un periodista misacantano, y me dieron albergue en la edición aragonesa del diario Pueblo, me tropecé con una pía señora, que llevaba cabo una encomiable labor de ayuda económica y social con los desprotegidos. En un momento determinado, como si el futuro de su espléndida labor pudiera verse enturbiado, me confesó, y lo recuerdo con prístina claridad: “Lo malo es que nos estamos quedando sin pobres”. Nunca se dio cuenta de su brutal declaración, y nunca colegí que no era una buena persona, pero estaba tan entregada al medio de la ayuda social que consideraba que era un fin en sí mismo, y aquella España de mediados de los sesenta, que aumentaba su renta per cápita a un ritmo espectacular, le parecía que iba a estropear su magnífica labor. He recordado esa anécdota al comprobar que, de los 6.000 niños hambrientos que la alcaldesa de Madrid estaba dispuesta a rescatar de la miseria, el 90% parece que se ha ido de vacaciones, y no ha acudido a los espléndidos comedores dispuesto a remediar la indiferencia de sus antecesores. Ser insensible a la desgracia del prójimo, saltar egoístamente sobre las necesidades de los demás, es repugnante, pero aprovecharse de la miseria de terceros para cosechar votos en las urnas es miserable. Hay muchos, muchos miles de españoles a los que el paro ajeno le es indiferente, y no tiraré yo la primera piedra, pero hay unos cuantos seres de moral hedionada, que han empleado a los parados para enriquecerse, como nos ha venido demostrando el sumario del caso de los ERE. Si alguna vez la situación de Andalucía se despereza de ese tributo a la limosna, no me extrañaría que alguno de los que viven de administrar subvenciones, tema por su puesto de trabajo y diga, aunque sea para sí mismo: “Nos vamos a quedar sin parados para subvenciones. Y eso es lo malo”. Si el personaje de Ruiz de Alarcón, Tristán, le viene a decir a García que los muertos que mata gozan de buena salud, parece que los miles de hambrientos de Madrid, que habían contado algunos falsos compasivos, se han ido a la playa. Como diría la señora que entrevisté, si viviera: “lo malo es que nos vamos a quedar sin pobres”.