Pocas personas saben beberse los paisajes como él, encontrando las claves de la existencia en la naturaleza exuberante. Se adentra en ellos a pie, desprovisto de elementos que puedan enturbiar el paseo que suele evolucionar como quien desarrolla un ritual. Comprende que cada zancada es ir más allá, es trascender, cruzar al lado de lo desconocido, con todo lo que implica avanzar y dejar atrás. “Caminante, no hay camino”, se dice para sí mismo entre polvaredas, pasajes angostos y demás dificultades, enamorado por completo de la poesía del andaluz. En las paradas no busca el descanso. Es el momento de la contemplación, de detenerse a mirar con otros ojos. A veces se centra en el detalle, escudriñando una piedra, una flor o un rabo de nube. Otras en cambio, es capaz de abarcar la inmensidad, abriendo su radio de observación hasta comprender la panorámica, fruto de los límites de la tierra en fusión constante con azules marinos y celestes. Los silencios son su mejor compañía. En ellos encuentra las claves para escuchar mejor lo que la tierra pretende decirle con mensajes envueltos en susurros ventosos, en leves cantos volátiles o en el arrastre de los callados en la orilla. Sabe leer los momentos perfectamente; hay circunstancias en las que es necesario cerrar los ojos para mirar mejor. Son instantes para ver con las manos, entendiendo el análisis como una caricia, son ocasiones para saborear con el paladar, con el más refinado olfato… Es por esto que ayer cogió la vereda en busca del camino de la costa, que aunque ya lo había recorrido en infinidad de oportunidades, se renueva como desconocido una vez más. Incansable y tenaz transitó el paraje bordeando los acantilados infinitos, ávido de brisas y añiles inmensos. En cada paso la sensación de abandono completo, expirando en sudores todos los pensamientos tóxicos que había acumulado, en cada alto descubrió un motivo para seguir creyendo, en el baño salado halló la purificación necesaria. Yo fui testigo, siguiendo en la distancia la secuencia de los hechos, tomando notas de lo sucedido. Ahora guardo estas memorias en el rincón de las grandes lecciones vitales. Gracias por las enseñanzas, amigo.
El maestro publicado por César Martín →