Libertad, democracia, soberanía. Todas esas bellas palabras que adornan los discursos vacíos de los neoliberales -disfrazados o no de socialdemócratas-, recobran todo su espléndido sentido ahora mismo, cuando ya se han abierto las urnas en Grecia, y yo escribo nerviosa -¿por qué no reconocerlo- estas líneas. El pueblo hablará para disgusto de muchos que se autodefinen bastardamente como demócratas, y lo hará para escoger entre el chantaje avasallador de la Troika y los acuerdos basados en la dignidad y el respeto entre iguales. Con su voto elegirá también entre vivir como esclavo del miedo o renacer en la esperanza; entre una Europa dictadura cruel de tecnócratas, o una hermandad de pueblos libres y solidarios. La batalla que se libra en Grecia excede sus fronteras. Repercute en una España que lucha por liberarse de la asfixiante austeridad de los ajustes para los pobres. Si triunfa el no, si Syriza consigue renegociar la deuda y mejorar las condiciones de vida de su gente, Podemos multiplicaría sus posibilidades electorales. Y eso lo saben bien aquellos que con menosprecio niegan al pueblo su derecho a hablar cuando le corresponde; aquellos indignos que en su día reformaron a toda prisa la constitución priorizando el pago de la deuda a los derechos sociales, eligiendo ser vasallos de reyes en lugar de ciudadanos libres.
Pero la batalla de Grecia es también la batalla de la humanidad por su supervivencia frente a unas elites ávidas, en esa desigual batalla en la que las grandes empresas de comunicación juegan cada vez más sucio, recurriendo al miedo, a las mentiras, al silencio. Un solo ejemplo: mientras Alexis Tsipras se dirigía al pueblo el pasado viernes desde la Plaza Syntagma para pedir el “no”, absolutamente todos los canales privados de televisión retransmitían en directo la concentración a favor del “sí”, negando dar voz al presidente, pisoteando los manuales de periodismo, tomando partido de forma soez. Y así día tras día. Esa es la libertad de prensa que algunos invocan: la libertad exclusiva y excluyente del dueño de la imprenta. Pero ahora le toca hablar al pueblo. Menos mal que existe la heroica Grecia para recordarnos que el sueño de la democracia aún es posible.
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