Nos estamos quedando sin evangelizadores. Los sacerdotes y otros consagrados somos cada vez menos y más viejos. Lo mismo sucede con los catequistas y otros agentes de pastoral laicos: en las reuniones, las conferencias, las programaciones, las ordenaciones y los desórdenes casi siempre nos vemos los mismos. ¿Es esto un ataque de pesimismo por recalentamiento de neuronas a causa de las altas temperaturas? ¡Qué va! Es sólo que el verano es un buen momento para irse de vacaciones -quien pueda- planteándose cuestiones importantes y perturbadoras. Si no, con la autocomplacencia estival luego se hace muy cuesta arriba afrontar un nuevo curso. No soy pesimista sobre el futuro de la evangelización. Opino que este tiempo de hondas transformaciones (no sé cuántos decenios llevamos con esta cantinela), este momento de cambios profundos y desolaciones aceleradas se convierte en una oportunidad. No sufrimos una crisis de evangelizadores, sino que nos envuelven los dolores de parto de un nuevo amanecer. Estoy convencido. Con tantas sensibilidades nuevas apoderándose del imaginario colectivo, es ridículo pensar que todas nuestras tradicionales propuestas de encuentro con Dios y con su verdad puedan seguir vigentes. No estoy haciendo tabla rasa con nuestro pasado, sino recordando que ningún medio, ninguna opción o intuición es para siempre. Nunca lo han sido. Creyentes de todas las generaciones han tenido que repensar lo que creen y lo que hacen para renovar la llamada de Dios en cada momento. Quizá llevamos demasiado tiempo viéndolas venir, sin mover ficha de forma decidida. Es una opinión. Aunque también es cierto que una avanzadilla de creyentes otea el horizonte desde hace años para ayudarnos a comprender y abrazar las nuevas formas de sentirse persona y buscar la felicidad que se van dibujando en la sociedad. Al verano hay que irse con la ocupación -nunca preocupación- de que los nuevos tiempos piden aquel nuevo ardor, aquellos nuevos medios y aquel lenguaje nuevo del que tanto hemos hablado. Y Dios ha concretado dónde ejercer tales propuestas a través de un Papa que ya ha iluminado el objetivo: la misericordia es el camino. Celebrar, aprender, reunirnos, planificar, aclarar, instruir, intuir… Sí a todo. Pero con el único objetivo de mostrar la misericordia de Dios a un mundo que se nos desvela desorientado, expectante. La novedad que esperan y esperamos es la misericordia. Una Iglesia hospital de misericordia es la llamada a la que estamos convocados. Y con tal compromiso amanecerán nuevos evangelizadores ilusionados con la tarea. Estoy convencido. Mientras, no faltarán los que sigan con la matraca de que este momento de bajón lo estamos sufriendo todos, que es algo temporal, que ya nos ha pasado otras veces y que se trata de aguantar. Yo creo que, al contrario de lo que engaña el refrán, mal de muchos: epidemia.
Mal de muchos, epidemia publicado por Carmelo J. Pérez Hernández →