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Orestes Anatolio

Como buen palmero, cada cinco años, en tiempo de Bajada, cuelga su obra en los salones de La Investigadora y cada una de sus exposiciones se convierte en un éxito de público porque, ahítos de experimentos osados y de ismos de corto trayecto, sus paisanos valoran sus meticulosas y amables recreaciones de la realidad insular. Sin salirse de un ideario estético y de un lenguaje propio y reconocible, adquiridos en una meritoria carrera de fondo, Orestes Anatolio es responsable de estampas urbanas, tan exactas como sugestivas, tan representativas del urbanismo y de la arquitectura tradicionales como cuidadosas en la reparación, u ocultación, de los excesos que la descarada especulación impone en nuestras ciudades y pueblos. En esa vertiente, la composición es un ejercicio de habilidad e ingenio que busca concesiones con el recuerdo idealizado o con la sensibilidad que, contra el criterio de los pragmáticos, es más amplia y común, de lo que sus detractores piensan. Si en esa faceta importa, por encima de todo el celo y el cuidado, en el paisaje libre, ya sea la naturaleza limpia, ya con la huella humana digna y respetuosa, la libertad muestra sus efectos benéficos y la pincelada, antes rigurosa, se torna dinámica y alegre. Con ese ánimo sus amplios inventarios contienen visiones ambiciosas y emblemáticas, vastos panoramas, propios de dimensiones y latitudes continentales que, por aquí, aparecen en cada vuelta del camino como la sorpresa final y el éxito de una suerte de ilusionismo. Con una vigorosa constancia y un exigente perfeccionismo, el pintor hace propuestas para el sosiego -el estado en el que mejor se contempla y disfruta la belleza- tanto en las visiones de las cumbres altivas (incluye monumentales recreaciones de la Caldera de Taburiente) como en los encuadres campesinos que tienen en la sobriedad y modestia las claves de su encanto. Mateo Marangoni, que enseñó a mirar el arte a varias generaciones de europeos, habló de un “arte amable y necesario”, vinculado a regiones y gentes identificados con sus espacios vitales y con sus usos y costumbres; en suma, con su acervo natural y cultural que “cumple, además de un cometido estético y documental, una valiosa función social”, en cuanto tiene que ver con las razones que arraigan, para bien, al paisano en su rincón. Orestes Anatolio cumple con plena solvencia y magnifica respuesta con ese cometido y lo demuestra, como decíamos al principio, en tiempo y clima de Bajada.