opinión

El puente de El Cabo y las acuarelas de Rodríguez Flores – Por Joaquín Castro

Mucho se ha escrito y visto de la inauguración del Puente del Cabo. Estudiado durante mucho tiempo por todos los pintores canarios, me refiero en especial a un gran acuarelista entre cuyos temas preferidos, entre otros, figura el barrio donde nació y vivió muchos años, El Cabo. El puente lo llevó a sus cartones con el personal que iba al que era Hospital Civil, o que venía desde las calles adyacentes a la misa de la iglesia de La Concepción, en aquella época, durante más de cincuenta años, regentada por los jesuitas, orden religiosa que hacían su trabajo apostólico allí.

Aquilino, como buen vecino de El Cabo, entonces barrio populoso, especialmente de pescadores, lo inmortalizó con la citada parroquia de balcones canarios; mucha gente hoy en día que pasa por allí no se ha dado cuenta de ellos. La desaparecida calle llamada de La Carnicería, la trasera de la iglesia, hoy existen unos escalones, la calle de La Noria, Santa Domingo, Cruz Verde, la plaza de la Iglesia donde se encuentra el busto del inolvidable jesuita padre Luis María Eguiraun, Hijo Adoptivo de Santa Cruz, el llamado Charco de la Casona, justo por detrás del Hospital Civil, donde dicen los historiadores que, incluso, se iba de pesca. Pintó también la iglesia de San Telmo, con su plaza rodeada de casas terreras que daban a la playa, siempre con el peligro de que la marea subiera. Pues bien, estos fueron durante toda su vida temas interesantes que se encuentran en pinacotecas particulares.

Aquilino Rodríguez Flores también pasó su arte a otras personas. Creó el Grupo Lava, con tres pintores amigos que eran Fortunato, Yumar y Jaime García Cabello. Se reunían en el estudio del maestro, en la calle San Antonio, al que asistí yo con mucha frecuencia. Los recuerdos de su niñez le afloraban a su mente, contaba que no podía olvidar las procesiones de la iglesia cercana, el ruido de las campanas, eran para él alma y vida. El puente de El Cabo lo pintó en muchísimas ocasiones, con la vera del barranco, incluso hoy día sigue allí una farmacia y algunas casas con los balcones de la época. Su pintura, mejor dicho, su acuarela, era de corte figurativo, tradicional, realista. En una ocasión me contó que el maestro Bonnin, al ver una acuarela suya, le dijo que iba por el buen camino, que nunca lo dejara. Y así lo hizo hasta su muerte.

Generalmente las pintaba en gran formato, con lo que adquirían gran belleza. Los últimos años de su vida los dedicó a la enseñanza en el Real Casino de Tenerife. Allí realizó su última exposición individual, que tuve el honor de presentar.

Su obra fue conocida por toda la geografía canaria, pues tuvo la suerte de pintar mucho, últimamente, en su estudio de la calle de Santa Rosalía, donde hacía sus reuniones para hablar de arte. Este fue el pintor del Cabo, del Santa Cruz antiguo, de sus calles desaparecidas, que amó y dejó para la posteridad, parte antigua de este Santa Cruz que quizá no debió de haber desaparecido.